miércoles, 13 de julio de 2011

El Valle del Río Tuéjar

El Valle del Río Tuéjar


            Obligado es, dejar constancia, antes de proseguir este escrito, de los motivos o circunstancias que me han inducido a tal hacer, ya que este valle, en su comienzo, tiene para mi dos fuertes polos de atracción: uno el mayor, el extraordinario Santuario, en dónde se venera a la Santísima Virgen, en la advocación de la Virgen de la Velilla, al que me ofrecieron mis padres cuando contaba con u ocho o diez años.
            El otro, menos importante, pero sin duda atrayente, es el pueblecito de “Las Muñecas”, cercano al Santuario, en donde nació vivió durante su infancia, quien más tarde se convirtió en un fraile Capuchino-Franciscano, el Reverendo Padre Laureano de las Muñecas, al que tuve el privilegio de conocer y tratar, cuando yo tenía veinte años.
            Creo oportuno dejar para más tarde, y poderlo hacer de forma extensa y pormenorizada, esos dos motivos, que termino de relatar, para de inmediato, situarme en la descripción del entrañable “Valle del Tuéjar”, y hacerlo de forma rigurosa y veraz.
            Este Valle del Tuéjar, está comprendido por el Naciente, en la ribera del río Cea, que tras nacer en Prioro y discurrir casi paralelo al anterior, llega a Puente Almuhey, prosiguiendo su largo caminar, hasta su unión con el río Esla, en la localidad de Castrogonzalo, en el lugar llamado “La Carroncha”, en la provincia de Zamora.
            Por el Poniente, se alza majestuosa Peñacorada, con la altitud de 1.835 metros, y detrás está Cistierna, Partido Judicial de León, por donde discurre el río Esla, al que se une como afluente el Cea, en el lugar que antes he expuesto.
            Al Norte se encuentran varias peñas y altozanos, “La Collada de los Caleros”, “Peña del Hombre” y otras muchas.
            A su vez, Valdetuejar lo van formando una serie de numerosos vallecillos, estrechos, con sus lomas de separación, los que se van abriendo en forma de abanico, hacia el mediodía.
            En este valle se ubican nueve pueblos; el primero, Taraniella a 1 Km de Puente Almubey, que es el mayor, donde habitan unas 150 personas. Su nombre proviene del “Dios del Trueno”, en la época de los celtas.
            Tiene amplia y bonita iglesia, de piedra labrada, y se encuentra situada en lo más alto de la localidad, ya que en el año 1.935 fue trasladada, desde el lugar de su origen, pues su integridad peligraba a causa de las fuertes explosiones que producían las barrenadas de la minería.
            Todos los veranos, se celebran romerías, y en ellas, nunca falta el “Corro de lucha leonesa”, que suele ser uno de los mejores de León, en el que compiten los afamados de la región.
            También aquí se encuentra un albergue rural, también colocado en la parte alta y al final de la zona urbanizada, muy bonito, todo de piedra, en el que se come, o meriendas muy bien y sus precios son módicos.
            Este pasado Agosto invité a mis nietas, gemelas, Ángeles y Lucía, y a mi hermana Concha, que al regresar de la visita a la Virgen de la Velilla, y al pueblo de “Las Muñecas”, nos adentramos en el albergue, nos sentamos en una mesa rústica, al lado de dos grandes ventanas, en ángulo, que sólo con dirigir la mirada, quedaba uno anonadado, todo era sencillo y bonito; un patio abierto, con mesas colocadas sobre el verde césped, con algunas sombrillas, corriendo un arroyuelo, y todo decorado con herramientas y útiles de labranza, muy bien conservados.
            El pan que nos sirvieron, sobre una cesta de mimbre, cortado de una hogaza, en grandes trozos cuadrados, elaborado en esta localidad, riquísimo; en una fuente amplia trozos de queso manchego, cortados en forma de triángulos grandes, y en otra fuente gemela a la anterior, unas grandes lonchas, finamente cortadas, de un jamón sonrosado, que semejaba, en presencia y sabor al pata negra. Unas copas de vino de Ribera del Duero, con la temperatura ideal de la montaña, todo mezclado y regado con el vino que a sorbitos degustabamos con complacencia, pues era sabrosísimo.
            Proseguimos por la angosta carretera, con curvas y contracurvas, con subidas y bajadas, como si de un tobogán se tratara, que discurre por entre las casas, y tras 1,5 Km. Llegamos a San Martin de Valdetuéjar, que está casi despoblado; habitan en él 10 ó 15 personas. Habría un Hospital de peregrinos, en honor de San Martin. Matias Espeso Cuevas nació en San Martín de Valdetuéjar, (León), el 22 de Febrero de 1901, y fue bautizado el 24. Sus padres se llamaban Agustín y Florentina. Hizo el noviciado en El Escorial, donde profesó el 28 de Octubre de 1917 y fue ordenado Sacerdote el 28 de Marzo de 1925. Licenciado en Derecho, dedicado a la enseñanza y al cuidado de los alumnos, en 1933 fue nombrado superior del Real Monasterio y Maestro de estudiantes. El 18 Julio 1936 fue nombrado Directo de la Residencia Universitaria de la calle La Princesa, en Madrid, pero no llegó a tomar posesión del cargo, arrestado el 6 de Agosto, fue martirizado en Parracuellos del Jarama a los 35 años, junto con otros cincuenta religiosos agustinos, sacados con él de la cárcel de San Antón, el 30 de Noviembre de 1936.

            Cruzando el río nos encontramos con una bonita iglesia románica del siglo XII, bastante deteriorada.
            A breve trecho, se hallan, separadas una de otra, dos grandes lagunas, de forma ovalada, muy grandes y profundas. Cuando las visité este Agosto pasado, varias personas se bañaban en sus orillas, por su peligrosidad; otras más osadas, en unas motoras unipersonales, las surcaban de uno a otro extremo, bastante distantes, y cualquier bañista, al no poder tomar tierra, por su profundidad, si se adentraban al retorno a cualquiera de sus márgenes, resultaría harto difícil y consecuentemente arriesgado y peligroso.

            Mi raciocinio, me obliga a meditar, y la lógica me fuerza a afirmar que estas hermosas lagunas, las aguas que las nutren, en ningún caso pueden ser filtraciones del río Valdetuéjar, que discurre distante a ellas y en plano de nivel inferior. Es evidente que el agua que las nutre procede de uno de sus vallecitos, de que antes hablaba, que discurre por una ladera, cuyo valle en su final converge con las lagunas, y en lo alto sin duda deben existir una o varias fuentes, que producen abundante agua, que llegan como a descansar en las lagunas, y nunca les falta su nivel.
            Continuamos y al poco trecho, menos de un kilómetro, nos topamos con otro pueblo, situado en la margen izquierda del río, que se llama Renedo de Valdetuéjar, le habitan en la actualidad unos 18 vecinos.
            En este lugar, se encuentran los restos del “Palacio de Prado”, ocupado desde el ss. 15 al 18, por los Prados, dueños del Valle del Tuéjar, conocido también por el Valle del Hambre.
            Su fachada fue trasladada, piedra a piedra a León y en la actualidad preside la fachada, por ciento hermosísima del Hospital de Nuestra Señora de Regla.
            Seguimos caminando, y a 2.5 Km nos encontramos con Otero de Valdetuéjar, con 8 ó 10 habitantes. En el fondo del Valle, convergen los caminos que conducen a “Las Muñecas”, “Mata de Monteagudo” y “Villalmonte”.
            Villalmonte se encuentra a 2 Km del Otero. Es uno pueblo muy coqueto, muy cuidado; en las antigüas escuelas, reformadas, tienen la sede de una asociación cultural (amigos de Villalmonte), y recientemente han publicado el primer ejemplar de una revista, llamada “La Hila”.
            Llegamos a “La Mata de Monteagudo”, que dista del Otero 2,5 Km. Este pueblo está encaramado sobre agudas cuestas; en el invierno lo habitan unas 15 personas.
            A 500 metros del pueblo, se alza majestuoso el Santuario de la Virgen de la Velilla; es un precioso edificio, del cual hablaré con detalle y rigor más adelante.
            “Las Muñecas”, distan 2,5 Km del Otero; en el inverno lo habita una sola persona. Da la impresión que este longevo personaje, curtido por el gélido viento de la montaña, y el sol invernal que lo calienta, pero por corto espacio, como si al negarse a abandonar su hogar, en el que nació y donde ha vivido, uno tras otro, tantos años, quisiera permanecer en él, como un vigía, que vela y cuida de las “Las Muñecas”, que parece o se asemeja a los hombres de la prehistoria, es como un anacoreta. 
            Este pasado Agosto, tuve la oportunidad de charlar con él, su lucidez mental, su tesón, su seguridad, su sonrisa un tanto sarcástica, su mirada candorosa, con su calada boina, su faz surcada de profundas arrugas, falto de varias piezas dentales, no sucio ni repulsivo, sin afeitar con sus blancas barbas.
            Se encontraba tomando el fresco, sentado en un banco rústico, pegado a lo largo de la pared, con un pequeño toldo, colocado al desaire, para así evitar el sol, que en aquel momento, calentaba y mucho, era la hora de la canícula. Delante una mesa sencilla y sobre ella dos botellas, una de vino y de casera la otra, y junto a ellas unos vasos; le acompañaba un matrimonio, ya ancianos, pero no tanto como al que me refiero.
            Los tres, casi unánimes, me invitaron y por cortesía lo acepte, me acercaron cariñosamente un taburete y sobre el me senté, para compartir con ellos una animada conversación. Me parecieron tan buenos, tan sencillos, que quedé prendado de ellos.
            Este anciano, que sin duda había heredado de sus antepasados, ciertas tradiciones, que con ellas vivía, y quería sin duda transmitir a las siguientes generaciones.
            Entramos en conversación, se iban familiarizando con migo, tomando confianza, pues son gentes tímidas y yo le pregunté que cuando marchaban los veraneantes y quedaba él solo durante el inverno con sus angostos días, y sus interminables noches,  me contestó, despacito, con mucha pausa, que al barruntar la llegada de la noche, tomaba del leñero que próximo a la vivienda tenía, con un montón de leña, de roble, cortada y muy bien colocada, una porción la llevaba a la cocina y la situaba orilla del fogón; salía despacito se llegaba a la torre, que está unida a la iglesia, en lo más alto del pueblo, pero cercana a su vivienda. Hacia sonar las campanas impulsando sus badajos fuertemente, a fin de que su eco, en aquellas latitudes se expandiese, con  la finalidad, de que si alguna persona, se encontrará desorientada, perdida, maltrecha, con hambre, lastimada o enferma, pudiera dar voces, llamar acercarse al abrigo de su hogar. Estos toques los espaciaba durante algunos minutos.
            Que gestos tan entrañables, que con solo oírlos, uno se conmueve y que se van dejando en el olvido, con la vida trepidante que llevamos.
            Desde este pueblo accedemos a la “La Red”, donde nace el Tuéjar, y a “Ferreras del Puerto”, en donde hay una bonita iglesia del ss. X.
            Todos estos lugares que he expuesto, muy bellos, encantadores, las casas todas de piedra, muy cuidadas, sus pendientes, y tortuosas calles, angostas, limpias, y delante de las casas en sus antojanas unos bancos, galerías, muchas flores en el verano, geranios, petunias, campanillas y muchas otras. Su silencio, su paz y tranquilidad son envidiables.
            Las laderas, en su comienzo angostas, y luego más amplias, en donde el río Tuéjar, desde su nacimiento en “La Red”, en una fuente donde brota un agua abundante, limpia y fresca, se va deslizando valle abajo, buscando su caminar, ayudado por la orografía del terreno, abriéndose paso, en algunos trayectos, con verdadero esfuerzo, entre peñascales, que le han obligado, forzado a alargar su recorrido, a costa de distanciarse, de un lado para otro, formando meandros, en cuyas márgenes o cercanías crecen blimeas, sauces y chopos.
            A uno y otro lado del río se encuentran verdes y frescas praderas y también pequeñas parcelas cultivadas.
            Todas las laderas de este río y de los valles en él convergentes, están cuajadas de matas de roble y algunas pequeñas mojadas, con ese verde oscuro y uniforme, que es característico del robledal. Las majadas están situadas más hacia las colinas y algunas con robles centenarios.
            En los prados cercanos al río, la estampa acrecienta su belleza, pues son abundantes las vacas, que o pastando, o rumiando, tumbadas sobre el verde y fresco césped, con sus crías; unas retozando y otras al lado de sus madres toman la teta y con sus preciosas caras y hocicos, golpean las ubres, para que de ellas, brote abundante, caliente y espumosa leche y en variadas posturas, hasta de rodillas, sobre sus patitas delanteras maman, moviendo la colita denotando su gran satisfacción.
            Se aprecia que este ganado vacuno es de buena raza, están lúcidas, no sólo limpias, sino gorditas y bien cuidadas.
            Estamos llegando casi al final del Tuéjar, aquí éste es más amplio, se abre hacia los lados, en forma de abanico, el terreno es más llano y consecuentemente la corriente de las aguas, es más lenta, más pausada, para a breve trecho, fundiese en un a brazo prolongado, con su hermano mayor el río Ceo, y ésto se produce a orillas de la Ermita de las Angustias, en la localidad de Puente Almuhey, en presencia de un pequeño y bonito puente romano y de una curiosa piedra, “La Muria”, situada en el lugar donde convergían los antigüos municipios de “Valderueda, Renedo de Valdetuéjar y La Vega de Almanza” en la que están labradas unas inscripciones y cuatro círculos, que contienen un rebaje para posar una jarra y tres vasos de los representantes, de los tres antiguos municipios.
            Ahora que estamos situados mentalmente en el Valle del Tuéjar, voy como antes prometí, a contaros, con más detalle y amplitud, esos dos polos de atracción que al principio anuncié.

            Comenzaré por el para mí más importante, que se circunscribe a la devoción, que desde mi corta infancia, he venido profesando a la Virgen de la Velilla.
            Corría el año 1932, que creo era la época invernal, cuando vivía con mis padres y hermanos, en un pueblito llamado Espinosa de Almanza; mi padre, como maestro regentaba la escuela mixta que allí había.
            Un día me sentí mal, con alta fiebre, y ello me obligó a quedar en casa; mi madre me preparó una compota de peras, bien azucaradas, riquísimas; recuerdo que estaba sentado sobre una pequeña banqueta, encima de la trébede, que era el lugar más caliente de la casa, pero al comenzar a comer, no podría tragar, me produjo una tos ronca y con gallos que me veía asfixiar; mi madre se asustó, corrió a llamar a mi padre que estaba dando clase en la escuela, muy próxima a la casa y al verme en aquella situación, se alarmaron, se angustiaron y mandaron a llamar al médico, D. Gerardo Gutiez, que vivía en Almanza, a cinco kilómetros. Acudió pronto, diagnosticando la enfermedad como “Dicteria o Garrotillo”, prescribiendo unas inyecciones que hubo que ir a buscar a la Farmacia a Amanza, demorándose la aplicación de la primera inyección y ello me colocó en el umbral de la muerte. Esta enfermedad afecta a la laringe, ocasionando la muerte por asfixia y en pocas horas.
            La profunda fé de mis madres les movió a ofrecerme si salía de aquel trance, a la Virgen de la Velilla, que la profesaban una gran devoción y que sus patentes milagros, se habían expandido por toda la comarca. Lo cierto es que reaccioné al tratamiento de inmediato y mejoré enseguida.
            Una vez repuesto de aquella terrible afección, mis padres me llevaron al Santuario de la Velilla, distante unos 27 km. No había coches, ni dinero y el viaje se hizo en burra, pues lo importante era cumplir con su promesa. Se salió del pueblo antes de amanecer y se retorno bastante después de anochecer.
            Desde entonces se afianzó en nosotros la fe y la confianza en dicha Virgen.
            Aunque he realizado un esfuerzo mental para saber que diría yo a la Virgen en aquel bello santuario, no lo he logrado, y dada mi corta edad, sin duda, haría una oración imperfecta, pero cargada de valores. Y también he pensado en mis padres, que como eran tan religiosos, su cultura bastante demostrada, a los pies de tan amorosa madre, le agradecerían, sincera y profundamente aquel favor que les había hecho, e impetrarían de Ella, su protección y auxilio, y desde entonces en mí y en los míos la devoción ha ido increscendo, y a lo largo de mi vida, tengo 83 años, he acudido en multitud de ocasiones, a visitar la Velilla, unas veces en burra, otras en bicicleta y más tarde en mi automóvil.
            Pero además de esto que resulta hermoso, después de casarme, trasmití a Marina, mi mujer, esta devoción y me acompañó muchas veranos, en que disfrutábamos de vacaciones en Almanza, a hacer una visita a la Virgen, y el año antes de morir, el 2.005, la llevé en mi coche, como siempre lo hacía, la adentré en el Santuario, en su silla de ruedas, la acercamos a la Virgen, y todos juntos, los familiares que allí estábamos rezábamos, y en silenció yo hablaba a la Virgen, lo hacía desde lo más profundo de mi ser, pues sabía la gravedad de su enfermedad y por tanto que no volvería a visitarla y en llanto entrecortado, la acercamos para que la besara. Esto que escribo me lacea el corazón, me hace llorar, pero me alivia, me reconforta, y siempre que pueda, no serán muchas, pues soy mayor, iré o me llevaran a visitar a dicha  Virgen.
            Ahora comprenderéis el por qué, como al principio indicaba, tenía este polo de atracción, que como veis es importante para mi importantísimo.
            Pretendo ahora, que conozcais, más y mejor a esta Virgen de la Velilla, y para ello tendré que contaros su historia.
            La persecución de los árabes y la hecatombe que se produjo en Sahagún, con la destrucción de su monasterio, un famoso ermitaño llamado Guillermo, logró congregar a los anacoretas de los contornos, e inaugurar una vida de penitencia y oración comunitaria. Todos se congregaban en  la ermita, dentro de la roca de Peñacorada. San Guillermo es el Patrono de Cistierna, y en todas las confiterías venden unas pastas riquísimas, llamadas los “Lazos de San Guillermo”.
            Guillermo y los anacoretas, construyeron, al saliente de Peñacorada, en la ladera cercana a La Mata de Monteagudo en un lugar boscoso, con robles y abundante vegetación, una Ermita, en donde se veneraba a la Virgen de los Valles, y la devoción mariana, se mantuvo próspera y floreciente, hasta finales del ss. XIII, pero al desaparecer, sus moradores, los monjes de San Guillermo, pues iban falleciendo, y su Abad, que era San Guillermo, allí murió y fue enterrado en la Ermita. Esta se abandonó y poco a poco, con la acción destructora del tiempo, en aquel montañoso e inhóspito lugar, fue derrumbándose la techumbre, su tejado y finalmente sus muros de piedra.
           
            El fervor y la devoción mariana, casi desapareció y sólo sabían de aquella Ermita los pastores, los agricultores del pueblo de La Mata y sus más inmediatos moradores.
            Corre el tiempo y en el año 1470, resurge pujante el fervor mariano, y Don Diego de Prado, Hidalgo de La Mata de Monteagudo, emparentado con las ramas, que después fueron los señores de la Casa de Prado, fue un vecino de La Mata de finales del s. XV, en cuyas fechas era real el culto y devoción a la Virgen de la Velilla. A D. Diego se le llamaba siempre El Dichoso.
            Según D. Hipólito Reyero, natural de La Mata, Cura de Valdepiélago y Comisario de la Inquisición, cuenta lo sucedido, con sencillez, es minucioso en general conoce bien las casas y términos del pueblo y asegura que en 1572 murieron, según testamento que el vio, Alonso Reyero y Leonor González, nietos de D. Diego el Dichoso. El mismo Reyero dice que la Casa de Novenas, después casa del administraodr, fue fabricada a expensas de Lucia de Prado, nieta de D. Diego, que vivía aun en el año 1579, como lo confirma una inscripción existente en la persona de la imagen de Santa Lucia, que dice “Este retablo de Santa Lucia hizo a su costa Lucia de Prado, rueguen a Dios por ella, año 1579.
            Tras todo esto, se puede mantener que la fecha de 1470, como Buena y válida, para fijar el origen del culto mariano a la Virgen de la Velilla.

            Aparición de la Virgen de la Velilla.
            Para mayor fidelidad de cuento voy a exponer, voy a copiar, casi íntegramente lo que sigue.
            La Milagrosa y Santísima Virgen, Nuestra Señora de la Velilla, en estas montañas de León, fue aparecida y hallada en el mismo sitio y punto donde hoy está el templo que llaman la Velilla, próximo al pueblo de La Mata de Monteagudo, así nombrado por el castillo del Capitán Agudo, cuyas ruinas se reconocen en la parte superior del monte, hacia el Norte, en donde fue hallado, un hueso de brazo que parecía de gigante, atravesado por un fuente dardo, o saeta de finísimo acero, cuando andaban los criados de D. Santiago González de Villarroel, cura de otro lugar, buscando y sacando piedra para las casas y capilla que fabricó el.
            Hallo la Santísimo imagen, un hijodalgo infanzón y muy antiguo de los más ilustres de estos reinos de Castilla y León, llamado Diego de Prado, vecino y natural de La Mata, casado con una Dueña y Señora de igual calidad y nobleza, llamada María Diez, natural del mismo lugar y lo mismo que sus predecesores, quienes tenían sus palacios y sus casas.
            Y por lo calamitoso de los tiempos y divisiones de haciendas, en que hay solares y cimientos, están entre tantos sucesores repartidos, que es largo de contar.
            El año que halló a la Santa Imagen, el dicho D. Diego de Prado pudo ser el 1470, con poca diferencia de más o menos.
            La aparición fue que teniendo Diego de Prado una heredad, en el sitio de La Velilla, a un lado de ella, hacia el Norte, había un promontorio de ruinas, de edificios antiguos, en los que nacía una mata de hortigas y otras hierbas, y pretendió D. Diego de Prado, con su gente, desmontarlo, limpiarlo y allanarlo.
            Viendo un día la resistencia que ofrecí un pedazo de la fortaleza de dicho edificio, tomó un asador y comenzó a cavar, a fin de deshacer la lizaza o cimiento, desviando las piedras; en este trabajo, dio con el azador en una parte de la que salió un resplandor, que según decían los viejos, lo turbó bastante la vista; recobrándose algún tanto del asombro, volvió a dar en el mismo sitio con el azador y este se le torció con gran violencia, hacia un lado, soltándosele de las manos con tal ímpetu, que se le entumecieron los brazos, saltando el azadón un poco de trecho, produciéndole mucho susto.
            Recobró aliento y otra vez esforzándose en cavar, como en efecto lo izó alrededor, y noto como si su cara con el azadón alguna cosa, miró y vio como era un tesoro; vio una imagen tan hermosa, tan limpia y tan dorada como si acabara de salir del artífice, no teniendo que limpiarla, de polvo ni de tierra.
            Cogió la imagen descubierta y la llevó gozozísimo para su casa, se la presentó a su mujer y la colocaron en su Hórreo, en un improvisado altar, que adornaron con algunas telas, donde la conservaron con tal secreto que nadie les desposeyó de aquella reliquia, poniendo con mucho recato una candela para alumbrarla.
            Así estuvo la Virgen algún tiempo, en el Horreo, que es donde ponían las que las tenían, las alhajas más ricas y que era el lugar del que hacían más estimación.
            Después sucedió, lo que al Patriarca Job, de trabajos e infortunios, pérdidas y muertes de toda la herencia a hijos.
            Por último, su propia mujer enfermó tan gravemente que parecía estaba ya a las puertas de la muerte.
            Fue entonces cuando a D. Diego le vino a la mente la imagen y Santa Reliquia que tenía en el Hórreo, y se dice, lo oí a mis padres, y otros viejos, que habiendo ido D. Diego de Prado a dicho Hórreo, a sacar la mortaja para su mujer, porque parecía que la había menester, y viendo la Santa Imagen, hizo voto en el mismo hórreo de hacer una Ermita en el mismo sitio donde la había descubierto y volvió a casa llorando, no tanto por la muerte de su mujer, que preveía inminente, cuanto por haberle parecido ver que la Santa imagen también lloraba.
            Entrando en casa, halló a la enferma ya con alguna mejoría y antes de hablar su mujer le dice; tenemos la imagen de la Virgen en el hórreo con poca decencia y temo que sea esta la causa de nuestros males.
            Piensan entonces en hacer un voto y promesa, los dos unánimemente concuerda y prometen devolverla al sitio mismo donde fue aparecida, y hacerle allí una Ermita, como lo cumplieron sin dilación.
            La construyeron de piedra seca, pequeñita y cubierta de paja y cuelmo. Y por la pobreza a que vinieron, solamente pudieron echar en las juntas de las piedras, alguna tierra y arcilla. Tiempo andando la hicieron más en forma de argamusa, algo mayor y mejor cubierta.
            Así dicen la conocieron mis padres hasta el año 1615 en que se construyó el gran templo y santuario, que hoy permanece.
            Volvamos a la narración. Habiendo vasado el Curado de La Mata en el año 1579, por muerte de D. Gaspar de Villarroel, como consta en su testamento, sacó la presentación de los vecinos Hijodalgos de dicho lugar, el Licenciado D. Sebastian del Blanco, cura que era de Lomas el despoblado, pero tenía derecho a dicho beneficio el de los anejos del Otero y Carizal, por lo cual tuvo pleito con Sebastian del Blanco, que era de Lomas el despoblado, pero tenía derecho a dicho beneficio al de los anejos de Otero y Carizal.
            El dicho D. Sebastian del Blanco, cura de Lomas, hizo promesa a la Virgen en su imagen de la Velilla, que si salía con el Curado de La Mata, iría todos los sábados a decir misa a la Ermita.
            Fue Dios servido que D. Sebastian del Blanco, salió con dicho Beneficio, y Curado al año 1581 y cumpliendo fielmente su promesa, fue a decir la misa, todos los sábados a la Ermita de la Virgen, y con estas facilidades, creció el número de fieles y se consolidó más la devoción.
            Venían cada vez más devotos de las aldeas, circunvecinas a encomendarse a la Virgen de la Velilla. La devoción fue extendiéndose por todos aquellos valles de la provincia de León, Principado de Asturias, Tierras de Campo, etc.
            Tantas gentes acudían que parecía se desplomaba el mundo, dándose casos verdaderamente edificantes  y hasta patentes milagros.
            Con esto, el año 1615 era tanta la devoción, tanta la concurrencia y tantas las limosnas que se pudo emprender la obra del Gran Santuario.
            El Cabildo de León, hizo relación a su Santidad que como en un monte deste Reino, se había aparecido una imagen de María Santísima, muy milagrosa y que por dicha causa, llegaban tantas limosnas y tanto dinero que no había forma de disponerlo, ni en que emplearlo; que se sirviese aplicarlo al Hospital de León, de San Antón, que estaba muy pobre, dejando lo necesario para la decencia de la Ermita.
            Su Santidad concedió la súplica y despacho la Bula, que se observó hasta 1624. Por esta fecha se concordó, en Valladolid, apartar al dicho Hospital del derecho, de dicho residuo fijo, dándole dicho Santuario 600 ducados de una sola vez, desligándose después del anterior compromiso.
            Hacia el año 1615 se hizo el gran Templo Santa Casa, y la Capilla Mayor. De momento la Ermita pequeña, no se derrumbó, sino que quedó en medio de la mayor en construcción, para quedar la Santa imagen, hasta que se cubrió la nave mayor. Así se hizo para que el Santuario quedara en el mismo lugar.
            Recobrada en toda su salud María Díaz, mujer de D. Diego de Prado, obro Dios en ellos, lo mismo que hizo en el Patriarca Job, dándoles otra vez hacienda y prosperidad. Volvieron a tener un hijo y una hija, bien lucidos y agraciados, entendidos y estimados; el hijo se llamó Juan y la hija María. Las casas en donde vivía D. Diego de Prado y su mujer, era en el mismo lugar y sitio donde hoy están.
            Así surgió por disposición divina, sin duda alguna, la devoción a la Santa y Soberana Estatua de la Virgen de la Velilla, y así es el origen del magnífico Templo y Santuario, en el que está su excelso trono.
            Así lo tienen en la memoria los viejos y lo cuentan como muy cierto y seguro, y lo narra el año 1690, D. Hipólito Reguera.
            Yo no conocí con tanta precisión y detalle todo cuanto antecede, y he encontrado folletos, textos y me he limitado aquí casi a su transcripción, evitando que llegue a los que esto lena, tal como lo han narrado, hombres de mucha valía, que han buceando en archivos, leyendas, testamentos, cartularios de Sahagún y de la Catedral de León y además de las personas  antes expresadas. A D. Teodoro Alonso Turienzo, O.G.A. que ha hecho, en el año 1980 un estudio, una recopilación de todo ello, y a esta persona remito cuanto antes he narrado.  

            El basamento de la fe a la Virgen de la Velilla, ha quedado, entiendo, clara y verazmente expuesto.
            Paso a hacer una descripción del Templo, del extraordinario Santuario, en donde tiene su trono la Virgen que nos ocupa.
            Se realizaron reformas muy notables a finales del s. XVII.
            El Santuario de la Velilla, tenía la misma cara artística que hoy podemos comtemplar.
            La fachada principal, mira al mediodía, y en ella se encuentra un pórtico, por el que se llegue a la puerta principal del templo, encima de esta puerta se abre una hornacina que contiene la Virgen Inmaculada, con manto, las manos juntas y tres cabezas de ángeles a sus pies.
            En la pilastra central del pórtico, se halla su reloj de sol, con una inscripción: “Francisco Compostela, mes  / año 1721.
            Pasando al saliente del crucero de esta misma fachada, donde existe un nicho, con la estatua de piedra de Santiago el Apóstol montado en un caballo. Sobre este nicho, en una peana otra estatua de piedra de San Antonio de Padua y el niño Jesús en brazos.
            En la fachada de Oriente, tiene una hornacina central, en una ventana que da luz al camarín, con la estatura de Santo Toribio de Astorga.
            En el Oeste sobresale, sostenida de la base, por cuatro fuertes arcos, la torre octagonal muy bella, más alta que la cumbre del tejido; dos cuerpos y la pirámide del remate, la que trazó y ejecutó D. Francisco de Mirones y Diego de Falla.
            Esta bella torre, toda ella de piedra, está rematada por una pirámide, con su aguja, bola, cruz y veleta y en su interior tras las troneras unas enormes campanas.
            El templo en su interior, al igual que el Santuario, es de estilo renacentista, en cambio los retablos e imágenes son barrocos.
            Tiene una nave central única, con el consiguiente Crucero y tres altares; el principal de la Capilla Mayor y otro en cada crucero, con sus respectivos retablos.
            El retablo de la Capilla Mayor, de dos cuerpos y ocupa todo el frente de la nave, es obra del arquitecto D. Francisco de Uriarte y el Maestro dorador D. Diego de Arendaño.
            En el primer cuerpo, en su parte inferior, está el magnífico Sagrario de madera, que lleva un altorrelieve de la Resurrección del Señor. Sobre el Sagrario se abre un calado en forma de arco, para el trono y estatua de la Patrona. Hasta su desaparición en 1979 por un robo sacrílego, estuvo la imagen en el trono, regalo de D. Fernando de Prado en 1667. A los lados de este primer cuerpo, están las estatuas de San Nicolás de Bari y Santo Domingo de Guzmán.
            En el centro del segundo cuerpo del retablo, está la estatua de San Froilan, patrono de la Capital de León, y parece inspirado en la que hizo D. Esteban Jardón, para el trascoro de la Catedral de León, tallada por Palacios y dorada por el pintor Jerónimo Rodríguez.
            El altar mayor cara al público de mármol, se instaló por la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, y es regalo de D. Santiago Álvarez.
            En el Crucero sur está el altar del Santo Cristo Crucificado, de grandes dimensiones que ocupa todo el retablo.
            En el Crucero opuesto o norte, hay otro altar y en el retablo está la estatura de la Asunción de la Virgen, también llamada la Reina de los Ángeles. Ambas son de estilo renacentista.
            Según tradición, la familia de Diego el Dichoso, está enterrada en el Santuario.
            Cercano a la Puerta de las Procesiones, en el suelo de la nave, se hallan las Reliquias de San Guillermo y fácilmente se aprecia el lugar por la señal existente en una losa del pavimento.
            La base o piso de la iglesia, es de mármol de las canteras de Peñacorada, estraida y transportada hasta la ermita, por los vecinos de la Mata.
            Desde la base del templo, se sube por una escalera de piedra hasta el coro, que comprende parte del vaciado de la torre.
            El Viecrucis está colocado en los brazos del crucero y Capilla Mayor, y sus estaciones son cruces pequeñas de madera.
            El Camarin está detrás de la Capilla Mayor y a él se accede por dos puertas situadas a los lados del Altar Mayor.
            Es de una piedra cuadrada, no de tamaño grande, pero muy cuidada y lujosa, remutado por una bóveda de media naranja, adornada, con bellas figuras policromadas, de ángeles, dragones o flores.
            En esta pieza tan artística, conmemorativa de la aparición de la Virgen, hay tres altares, con sus retablos.
            El altar principal, que es el reverso del retablo de la Capilla Mayor, de cara hacia el Camarín, perfectamente conservado. El altar de San Juan de Sabagín, con la estatua del mismo en su retablo y el altar de San Antonio Abad, cuya imagen fue regalada, por los canónigos de la Catedral, en agradecimiento, por sus limosnas que daba el Santuario, para el Hospital de San Antonio de León.
            El embaldosado es de jaspe. En el mismo suelo, junto al altar de San Antonio, aparece un trozo de piso descubierto, mostrando el lugar de la aparición de la Virgen, en un rótulo circular que dice “Aquí se apareció la Virgen. Año 1470”.
            Había un gran tesoro, que desapareció prácticamente todo después del último robo, en octubre de 1979.
            San Guillermo, el Santo leones, vino a la montaña, huyendo de la tragedia de Sahagún, en siglo s. X. Hizo primeramente vida ermitaña en la Gruta de Peñacorada, que aun lleva su nombre en Cistierra. Al poco tiempo, con otros ermitaños, fundó el templo y monasterio, del que fue su primer Abad, inaugurando vida monástica, bajo la Regla de San Benito.
            Con autorización del Prelado de la Diócesis, el Párroco de La Mata de Monteagudo D. Gregorio Téjerina, se propuso trasladar los restos del Siervo de Dios, San Guillermo, al Santuario de la Velilla, en dónde se encuentran, como ya hemos indicado anteriormente. Esto acaeció el mes de setiembre de 1915.
            Descendientes de la familia de D. Diego el Dichoso, son los Señores de la Casa de Prado, y Marqueses de Valdetuejar, quienes tenían grandes posesiones en los contornos de la Velilla; ellos los fundadores y dueños del magnífico Palacio de Renedo de Valdetuejar, y consta que fueron los patronos de la Ermita de la Velilla. El escudo de la familia se halla en la Capilla de la Virgen en donde ocupa un lugar preferente.
            En este escudo puede leerse la siguiente inscripción: “Estas armas son de los Señores de la casa de Prado, como presentamos con los Hijodalgos de Curalto de San Cipriano, donde lugar pusieron por mandato del Obispo Don Froilan Gulan del Pozo, siendo Señor D. Fernando del Prado. Año mil seiscientos cincuenta y tres”.
            He de añadir a cuento he expuesto, que este Suntuoso Templo, se encuentra situado con su fachada principal al Sur, y delante una enorme explanada llana, con capacidad para cientos de personas. Colocada frente a la entrada del templo, se halla un cruz de piedra, sostenida por un pedestal, todo ello de piedra y de gran tamaño.
            El impulsor de este monolito, fue el reverendo padre Laureano de Las Muñecas.
            El lugar de ubicación del Santuario, no puede ser más bello y hermoso. Todo en su derredor está cuajado de robles, majades y una fuente con agua abundante, y al lado izquierdo está la llamada Casa de Novenas, de piedra amplia y bonita.
            Un poco más distante del Templo existe otra explanada casi circular, rodeada de robles centenarios y en ella el día de la fiesta, por la tarde se celebra una procesión, portando en los hombros a la Virgen y tras ella abundantes sacerdotes y cientos de devotos, y abriendo la comitiva, unos enormes Pendones, que portan vigorosos hombros de aquellas latitudes, que cuelgan de sus especiales cinturones, y a ambos lados sus auxiliares, manteniendo el equilibrio, con unas fuertes y bonitos cordones, terminados con una borlas.
            Estos estandartes, hermosos, con bordados, alegorías, etc., pertenecen cada uno a los pueblos del Valle del Tuéjar, y colocados todos en hilera, distantes unos de otros, y la Virgen en la explanada, de frente y los devotes en su derredor, al sonido de la música, realizan la exhibición del baile de los pendones o estandartes, moviéndolos al viento lentamente, al acorde de los ecos musicales.
            Terminada esta exhibición, en una plegaria fervorosa se canta el Santo Rosario, que a mí, que la he vivido, y en especial en mi juventud, me emocionaba y me hacía llorar. Aquella fe, aquella profunda religiosidad, y aquel fervor a la Santísima Virgen, en el hacimiento de gracias, y la impetración de beneficios, que cada cual en silencio, postrados a las plantas, de tan cariñosa madre.
            Cuando he finiquitado esta exposición, en la que basamentaba ese polo de atracción, que en un principio os anunciaba, me siento obligado, al contaros el otro polo de atracción, que es el pueblecito de Las Muñecas y el porque del mismo.
            “Las Muñecas” es un pueblo muy pequeño, cercado al Santuario de la Virgen de la Velilla, al que se accede por una angosta carretera, con pronunciadas curvas y a su lado el río Tuéjar, que tiene su nacimiento un poco más hacia arriba, en otro pueblo llamado la red.
            Al llegar al pueblo, se atraviesa por un pueblecillo y por debajo el río, y nos encontramos una vivienda, la primera a la derecha, que fue la casa donde nació y vivió en su infancia un niño, llamado Laureano. Este verano tuve la satisfacción de visitar esta casa; antes de acceder a ella, se halla un portalón, con amplias puertas para carro, coche o tractor y un portón al lado izquierdo que se abre hacia dentro, todo ello de madera de roble, nuevo y pintado. Entras y te encuentras con un nogal de bastante tamaño y una hermosa copa muy bien estructurada; allí como es de imaginar, treparía para coger nueces el niño Laureano. A continuación la casa de dos plantas, de piedra, muy bonita, todo ello en el patio con hierba, bien cuidada, yo diría mimada, por una señora que afable me mostró y me dijo que ella la había comprado a la familia de Laureano.
            Al lado y de frente alguna que otra casa, y en lo alto del pueblo la iglesia, bonita, de piedra labrada, en la que fue bautizado Laureano.
            En la primera decena del mes de octubre del año 1945 tuvo lugar en Almanza la celebración de una Santa Misión, y el párroco era D. Gabriel González Liébana, el que llevó a dos misioneros, uno el mayor, pero relativamente joven, llamado Reverendo, Padre Laureano de Las Muñecas”, y el otro más joven el  Reverendo P. Simón de sardonedo, ambos capuchinos, franciscanos del convento de Santander.
            Yo tenía 21 años, y uno de los días de la Misión, el Padre Laureano nos impartió una charla con su elegancia espiritual, de temas religiosos y al final de manera informal nos relató, no recuerdo exactamente sus frases, que tenía un hermano al que habían diagnosticado una enfermedad mortal, es decir, incurable, y él, me refiero a Laureano, se fue a orar, colocándose ante la Cruz o ante el Sagrario, pidiéndole con fervor que se curaba a su hermano, él con su ayuda y protección, le prometió construir en Santander un Templo o Iglesia para los Franciscanos.
            Su hermano curó de su enfermedad y el cumplió su promesa.
            Preguntareis qué como un Franciscano, que tiene voto de pobreza y carece de todo, pudo afrontar la edificación costosísima de un templo en Santander.
            Para ello “Fundó la Revista del Santo” y la difundió por infinidad de pueblos, aldeas y ciudades de España, valiéndose para ello de la protección Divina (como había pedido en su promesa) y al celebrar misiones constantemente, en diversas parroquias, unas importantísimas y otras no tanto, lograba sin esfuerzo que cuentas personas se congregaban en la Iglesia, que eran muchísimas, en aquellas fechas se suscribieran a la Revista El Santo, que había fundado y ello produjo una recaudación de ingresos importantísimos que permitió sufragar el enorme coste del templo.
            A través del conocimiento de estos hechos, en mi casa se suscribieron a la Revista, que yo siempre leí, cuanto menos la primera página, que era siempre escrita y firmada por el padre Laureano de las Muñecas. En ella se exponían, con un elegante lenguaje, claro y conciso, hechos bíblicos, narraciones cargados de religiosidad, que en mi calaban, y por eso seguí la pista de este buen fraile.
            En la inauguración de la hermosa torre de Almanza, la Albarrana, vino el Padre Laureano a predicar. Después de la ceremonia religiosa, misa solmene, etc, todos nos desplazamos situándonos en el altozano sobre el que se alza la torre y desde allí, situado el padre Laureano, pronunció un sermón hermoso, trepidante y que hacía vibrar nuestros espíritus.
            Años más tarde, cuando el padre Laureano había envejecido, pasó sus últimos años en los suburbios de Madrid, al lado de los pobres menesterosos, que estaban faltos de todo, ayudándoles no sólo en el sentido estrictamente religioso, preparándoles a bien morir, sino que también con limosnas para que pudieran mal comer.
            Un hombre, como habéis podido comprender cargado de virtudes, de ciencia, de solidaridad, de profunda fe, a mí me había atraído, y siempre que lo recuerdo pienso que es un santo, aunque no esté beatificado.
            Un día, casi al final de la Misión, fuimos todo el pueblo, niños, jóvenes, hombres y mujeres, ancianos y con precaria salud, de noche al cementerio, en donde está la Ermita del Santísimo Cristo del Humilladero, y lo hacíamos procesionalmente, con velas encendidas, y nos mandaron colocar al lado de las sepulturas, en donde se encontraban inhumados nuestros seres  queridos y así lo hicimos.
            En la oscuridad y el silencio de la noche, el camposanto con tantas luces parpadeantes, por la fresca brisa del otoño, en el centro se colocó el Padre Laureano, con su traje franciscano, con su barba abundante y bien cuidada, su pelo cortado, como antes lo llevaban, formando una corona. Su buena estatura, y su rostro agraciado, con una voz melodiosa, clara y potente, yo diría trepidante, con una elegancia espiritual nos habló de la muerte y de la Resurrección de Jesús. Nuestras conciencias se removían los cuerpos, se escalofriaban, y sin lugar a duda, todos nos arrepentíamos haciendo propósitos firmes, vigorosos de no volver a pecar.
            Las tumbas, fueron regadas con las copiosas lágrimas de todos los que allí estábamos, que era todo el pueblo, pues el lugar y el espectáculo no era para menos, y en silencio enmudecidos retornamos a nuestros hogares.
            Este fue el final de la Santa Misión. El siguiente día en un bonito tílburi del médico D. Gerardo Gutier, que era un vehículo sobre dos grandes y estrechas ruedas, que permitía avanzar en su caminar, unidas por un eje y sobre unas ballestas de amortiguación colocado como un amplio sofá de piel, tapizado en forma de capitoné, color negro, tres plazas. En el centro y exterior de sus ruedas unas calabazas de bronce, relucientes, dos faroles también del mismo metal en cuatro cristales y dentro unas velas, que por la noche las encendía al iniciar el viaje. Al tílburi se accedía por un estribo, para él apoyar el pie.
            Los Reverendos Padres Laureano de las Muñecas y Simón de Sardonedo, subieron y se sentaron cómodamente, y en el centro, Otilio, que era el hijo del médico, con las bridas en sus manos dirigió al caballo, que ensillado en medio de las varas, con idóneos aperos, el caballo que movía al tílburi.
            El caballo, de raza árabe, muy esbelto, negro, brillante, limpio y cuidado; con una estrella blanca sobre su frente, con sus largos y enjutos remos, galopaba velozmente.
            Escoltando a este bonito carruaje, nos situamos cuatro jóvenes, dos a cada lado, en bicicleta. La comitiva se puso en marcha y era emocionante. Mucha gente apiñada despidiendo a los franciscanos, dando gritos y vivas a “Cristo Rey” “A los misioneros”, etc.
            Enfilamos la carretera que accede a la Estación del Valle de las Casas, que dista de Almanza 16 Km., el tráfico en aquellos tiempos era casi inexistente y ocupábamos toda la carretera.
            La estampa era agradable, un día de otoño con mucho sol, y al atravesar los pueblos que se interponían en nuestro caminar, que lo eran y lo son Mondreganes, La Riba, Lebanico y Santa Olaya, las gentes contemplaban, un tanto sorprendidas, por aquel, para ellas inusual modo de viaje, llevando dos frailes franciscanos, con su traje y barba y escoltándoles los cuatro ciclistas con banderitas engalanadas.
            Llegamos a la estación, nos apeamos, nos fuimos despidiendo de los misioneros, besándoles la cruz y su mano y ellos con mucho cariño nos regalaron rosarios, estampitas, etc. Llega el tren de vía estrecha, que hacía el recorrido de la Robla a Bilbao. La máquina de vapor, reposta agua en un depósito alto y bonito que había en todas las estaciones, y esto realizado, el Jefe de Estación, vestido con traje azul impecable, con unas entorchadas en las bocamangas, los pantalones con dos franjas rojas a ambos lados, con una gorra visera también bonita; el pito y la bandera roja, debajo del sobaco, toca la campanilla, comprueba que en el andén no haya viajeros, hace sonar el silbato, mueve la banderita y el tren arranca y se aleja. Este tren tenía una parada de treinta minutos en Mataporquera, en donde se apeaban los frailes, a fin de hacer trasbordo, tomando la línea de Renfe que conduce a Santander.
            Regresamos a Almanza, y todo era gozoso. Al siguiente día, mi hogar se convirtió en tristeza, una de mis hermana, llamada Lucinia Serrano Valbuena, conocida por Luci, de once años, cae enferma de gravedad. Se llama al médico D. Gerardo Gutier, la osculta, y no determina o diagnostica su enfermedad; de inmediato mi padre llama a Cistierna, en donde tenía su clínica y vivía el doctor Ezequiel Echevarría, un profesional de renombrada fama, por su gran valía, que además era amigo entrañable de mi padre, pues cazaban muchas veces juntos, y con su automóvil llegó en seguida.
            Oscultó minuciosamente a Luci, y mirando a mi madre, su amigo, le dijo que se trataba de una poliomielitis ascendentes, que había comenzado en las piernas y ascendía para apropiarse de todo su cuerpo, y así fue, en unos breves días se produjo su muerte.
            El párroco D. Gabriel González Liébana, íntimo amigo de mi padre, y de toda la familia, la impuso todos los Sacramentos espirituales, que con unción, fervor y lucidez recibió, para poco más tarde irse apagando hasta plácidamente dormirse en los brazos amorosos del señor.
            Era una niña preciosa, alta, esbelta, rubia, con tirabuzones, tez blanca, fina y sonrosada, y ojos azules.
            Muerta y amortajada de azul parecía un ángel.             Cuantas lágrimas me caen cuando esto escribo.
La noticia corrió rápidamente por todo el pueblo, y sus moradores, niños y niñas, que iban a clase con ella, que juntos jugaban en los recreos, en la plaza, en los soportales, lloraban amargamente. Los maestros, los jóvenes y ancianos, todos absolutamente todos, lloraban entristecidos, con amargura, se abrazaban a mis padres y a todos nosotros; era una solidaridad total, apoyo, cuánto consuelo, qué cariño, cuántos rezos, entremezclados con lágrimas.
Fue un funeral impresionante, el templo, repleto de gente, los niños y niñas con sus respectivos maestros. Mis padres y todos sus hijos a su lado. Un dolor lacerante, con una homilía de D. Gabriel, emotiva e impregnada de consuelo, que resultaba, imposible no caer abundantes lágrimas.
Los  misioneros, enterados, enviaron cartas, haciéndonos ver que la muerte de Luci era el fruto de la Santa Misión, que el Señor la había alzado al cielo, para unirla al coro de los Ángeles.
Tras esta larga exposición, entremezclada de hechos agradabilísimos y otros acontecimientos dolorosos, quiero antes de terminar, hacer a mis hijos y nietos algunas reflexiones.
Habéis convivido con vuestros padres y abuelos, y tenéis constancia de manera fehaciente del esfuerzo, el sacrificio, la adnegación, y el ejemplo que los hemos dado.
Sabéis que Marina, madre y abuela, siempre y en todo momento, desde vuestro nacimiento, y antes en sus embarazos, que fueron malos, con vómitos y sufrimiento, hasta su muerte, os adoro, os mimó, os ayudo.
Tanto os quiso, que ni a regañaros se atrevía. Qué consejo tan humanos, tan cristianos y tan buenos. Cómo quería y procuraba frecuentarías la Iglesia y sus Sacramentos.
Si en circunstancias creéis que no lo hemos hecho bien, sabed disculparnos.
Todos conocéis perfectamente nuestra fe, nuestra  religiosidad, nuestro honor y humildemente os pido que no nos defraudéis, que no dilapidéis este legado que os dejamos.
Especialmente a vuestra madre y abuela, que yo puedo afirmaros que está en el cielo, gozando de la plenitud eterna, y desde allí intercede por todos nosotros, y por tanto sed buenos, honrados, tolerantes, ayudándoos unos a otros, queriéndoos mucho y disculpando sus defectos, sus debilidades, porque si así no lo hacéis demostraréis que no la amáis.
Habéis apreciado que mi fe es fuerte, y como os quiero, pido y deseo que la tengáis también vosotros, dando ejemplo siempre de pundonor, honradez, seriedad y religiosidad, porque haciéndolo así seréis felices, muy felices.


                                                                       Oviedo, 20-X-2007.

COLEGIO PÚBLICO "SAN JOSE DE CALASANZ"

ASÍ NACIÓ EL COLEGIO PÚBLICO “SAN JOSE DE CALASANZ” EN POSADA DE LLANERA

Antes de comenzar la narración de los hechos contenidos en el enunciado, para hacerle exhaustiva y verazmente, me veo obligado a introducir un breve inciso, sobre las causas y motivaciones que los precedieron y con la ilación desde su comienzo hasta el final, resulte más comprensible al lector.
Este inciso me permite desvelar un tramo de mi vida, personal y familiar.
Mi esposa, Marina Blázquez y yo ejercíamos en propiedad, nuestras respectivas profesiones, ella como Profesora de Enseñanza General Básica y yo la de Oficial Habilitado de la Justicia Municipal, en la importante y bella localidad de Santurce (Vizcaya)

Allí habíamos establecido nuestro hogar, junto a nuestros tres hijos, que entonces teníamos, discurriendo éste con placidez.
Toda la familia de Marina, sus padres y hermanos, vivían en Oviedo y en esta linda ciudad, Marina cursó sus estudios, aprobando las oposiciones de P.E.G.B., y posteriormente las de Párvulos, añorando nuestra separación; anhelando vehementemente, nuestro acercamiento a Oviedo.

De inmediato surge un concurso de traslado, anunciando la vacante de Llanera (Asturias), localidad para mí desconocida y valiéndome del Espasa, la encuentro comprobando dos hechos que eran fundamentales para mí, la distancia y medios de comunicación con Oviedo, ambos satisfactorios y a la vez definitorios para adoptar una trascendental determinación; la trasmite a mi esposa y ésta a su vez a su familia concordando todos en que la solicitara, haciéndolo así y me la adjudican.

Se había consumado el ferviente deseo de Marina y familia.
Hacemos uso del derecho de consortes-vigente en aquella época y Marina es designada, para regentar la escuela de niñas que había en el Campo de Aviación, en Lugo de Llanera, que era y es, la Parroquia mas nutrida poblacionalmente, de las once que forman el concejo de Llanera.

Anclamos de manera definitiva nuestro hogar, en Posada de Llanera, que era la Sede del Juzgado Comarcal, al que no sólo estaban circunscritas, las once parroquias llanerenses, amén del limítrofe concejo de Las Regueras; además era y es la Capitalidad del concejo.

Con gran esfuerzo logramos construir una vivienda digna y confortable y con la felicidad y el gozo de Marina, me sentía hartamente compensado y ambos logramos que este hogar fuera un remanso de armonía y de paz.

Tras esta concatenación de sucedidos, irrumpo en el desarrollo del enunciado de este artículo.

Nos integramos como vecinos de Posada, estableciendo con ellos, un trato fluido, pronto conocimos a todos, ganándonos su afecto, cariño y respeto.
Establecidos en esta situación, como persona intuitiva observaba las carencias de esta localidad, y me sentía obligado a colaborar en pro de sus soluciones.
De inmediato me percato de la carencia absoluta de aulas, para poder escolarizar a los muchos niños y niñas que había. Silente guardaba en mi mente esta idea; como trabajaba en el Juzgado donde se lleva el Registro Civil, en los ratos de asueto, tomaba de la estantería, el Libro de la Sección 1ª, en donde figuraban las inscripciones de los nacidos en las once parroquias, confeccioné una gráfica, en la que anotaba sus nombres, apellidos, sexo, fecha de nacimiento de los nacidos en Posada, permitiéndome ello conocer con exactitud, los niños y niñas que se encontraban dentro de la edad escolar, así como los que se aproximaban a cumplirla, como también los que su edad encajaba en los párvulo, y este logrado lo comento con Marina, mi esposa, y ambos nos inquietábamos, pues también este problema nos afectaba ya que tres de nuestros cinco hijos se encontraban en edad escolar.
Esto que fue una simple intuición, pasa a ser una convicción de la acuciante necesidad de crear un colegio; éste analizando el número de alumnos que cada aula podía acoger, sacábamos como lógica conclusión, que sería suficiente un Colegio que contara con cinco aulas, dos de niños, dos de niñas y una de párvulos, para que este problema, quedara resuelto en aquél momento y probablemente durante cuatro años más.

Para lograrlo, rompí el silencio y este gusanillo que me carcomía, quise hacer partícipe a mis cercanos amigos, al Párroco D. Liborio Colino Valencia, a Joaquín Alonso y a otros más, que estos últimos gozaban de numerosa prole, toda vez que los vecinos parecía obviaban este hecho, sin duda por considerarlo insoluble e irrealizable.

Este minúsculo grupo, nos reuníamos en el bar; a mí me parecía que había que darle publicidad, movilizar a los padres afectados, para que se implicaran, decidiéndonos a escribir un artículo que me encomendaron su redacción, todos lo firmamos y al siguiente día por la tarde Joaquín Alonso, en su SEAT 600 me llevó a la redacción del periódico “La Nueva España” en Oviedo y al día siguiente fue publicado en lugar destacado.

Todos los días laborables, salía de mi casa dirigiéndome a mi trabajo en el Juzgado, haciéndolo de forma costumbrista, con un cuarto de hora de antelación para adentrarme en el bar Colón, que estaba frente al Juzgado y sobre el mostrador, mientras degustaba un café con leche, hojeaba el periódico y de inmediato me encuentro con el artículo nuestro, lo leo a fin de comprobar si habían variado algo; en este instante hace acto de presencia D. José Suárez, Alcalde del Ayuntamiento de Llanera, quien con gesto de enfado, sin saludarme se aleja al otro extremo del mostrador y esta embarazosa situación me causa perplejidad, máxime cuando nuestras relaciones eran de franca amistad.

Medito sobre ello, y como estaba persuadido que no había dado motivo alguno para ello, me acerco y le interpelo para que me diga qué le ocurre y si había leído el artículo, y me contesta lacónicamente que sí; prosigo diciéndole que aunque yo redacté el artículo en cuestión, lo firmamos todos y en él no se vertía ninguna frase injuriosa que pudiera zaherirle, sino que lo que en él se contenía, era lisa y llanamente trasmitir a los lectores, el hecho de la necesidad imperiosa de construir un Colegio en Posada implicándoles para su colaboración y aunando esfuerzos, conseguir un fin tan laudable.

El alcalde lo asumió, su rostro de enfado, se tornó en afable y sonriente y proseguimos dialogando, aprovechando la ocasión le anuncio que en el Salón de Plenos del Consistorio, se encontraban reunidos todos los Maestros y Maestras del Concejo, entre ellos mi esposa, que eran veintidós, reunión convocada y presidida por el Inspector Jefe de Enseñanza Primaria, Sr. Elisburo.

Le indico que cuando concluya la reunión, si es tan amable, antes de despedir al Sr. Elisburo le anuncie que un grupito reducido de vecinos, ansiábamos hablar con él. Nos llevó a su despacho de Alcalde, acompañándome el Párroco y dos más.

Finada la reunión, el alcalde acompañado del Sr. Elisburo, penetran donde nos habíamos reunido, no quiero silenciar que Pepe hecha nuestra presentación, intentó ausentarse del despacho, asiéndole del brazo se lo pedí, ala vez que le decía que no cuestionábamos su presencia, sino que contrariamente lo que pretendíamos era su imprescindible colaboración.

El Sr. Elisburo, hombre repleto de inteligencia y amabilidad, nos interpela que deseábamos, yo tenía a mi derecha al Alcalde y a la izquierda al Párroco, más como éste, era tímido permaneció silente, teniendo que implicarme yo en el diálogo, explicándole el problema ya existente de que bastantes niños y niñas dentro de la edad escolar, estaban privados de ellos, por no haber espacio en las dos escuelas que había, mostrándole una gráfica que le permitía corroborar esta afirmación; se dirige al Alcalde preguntándole si era cierto lo que yo le había expuesto, y con rotundidad contestó afirmativamente. Es ahora cuando el Sr.
Elisburo me que cual sería la solución que nosotros pretendíamos, contestándome que conocida la certeza real del problema, la única solución viable era la construcción de un grupo escolar que albergara a todos los niños, con cierta holgura, que estimábamos con cinco aulas, dos de niños, dos de niñas y una para párvulos.

El Inspector, tras una breve meditación dice que en efecto había que hacer un Colegio, pero mucho mayor, de unas veinte o más aulas, replicándole que si en Posada pretendíamos hacer una iglesia, no iban a hacernos una catedral, se sonrió añadiendo que días atrás había aparecido publicado en el B.O. del Estado, un Decreto-Ley de la Presidencia del Gobierno, en el que contenía una profunda reforma en la Enseñanza Primaria, en virtud de la misma, desaparecerían todas las escuelas unitarias y mixtas que había en todas y cada una de las once parroquias del Concejo de Llanera, centralizando todas en la Capitalidad del Concejo, es decir, en Posada de Llanera, y tanto fue así, que en un plazo inferior a res meses, el Sr. Elisburo mandó un Arquitecto Escolar para medir y planificar el suelo para sobre él levantar el Colegio que hoy hay, y edificar dos grupos hermosos de viviendas para los Profesores, quedando un amplio espacio para recreo.

Las expropiaciones del terreno se llevaron a cabo por el Ayuntamiento, en Sesión Plenaria celebrada el 12 de Marzo de 1966, afectando a dos parcelas, la A) de 2.000 m² cuyos dueños eran tres hermanos, María Luisa; Amador y Ramón Menéndez González, y la parcela B) de 312 m² a Doña Araceli García Menéndez, terrenos que colindaban con otros propios de Ayuntamiento, y hecha la agrupación, a la que se incluye el solar de las antiguas escuelas y casa del Maestro, sirvió para construir el amplio Colegio, los dos grupos de viviendas para los profesores y esa gran explanada delante para patio de recreo.

Desde la expropiación 12 de Marz0 de 1996, hasta la inauguración del Colegio el 28 de Abril de 1969, transcurrieron tres años.
Este minúsculo grupito, del que yo formaba parte, logró, con esfuerzo, tesón y eficacia, resolver el problema que afectaba a Posada de Llanera, de lo cual nos sentíamos orgullosos y ufanos.

Pero además, de un modo tangencial, sobrevenido, por una normativa nueva, de rango estatal, fue resuelto definitivamente, el ancestral y caduco método de Enseñanza Primaria, del que desde 1969, hasta la actualidad -transcurridas cuatro décadas-, se han beneficiado un sinfín de niños y niñas que han gozado del privilegio de ser alumnos del Colegio de San José de Calasanz, adquiriendo conocimientos, cultura, educación, compañerismo y solidaridad, recibiendo una esmerada preparación, impartida por los Profesores que aparecen en la foto, que son los que inauguraron el Colegio, como también los que han ido tomando la antorcha, hasta la actualidad.

Para todos ellos guardo un grato recuerdo y cariño, y de manera más cálida y más cercana, a Marina, mi esposa.

Me consta, que Marina, durante la larga etapa que ejerció como Profesora, así como cuando ostentó el cargo de Directora del Centro, distinción que la hizo la Inspectora de la zona Srta. Balbín, y luego el Claustro de Profesores la encomendó la Dirección del Comedor Escolar, en donde diariamente comían un número muy cercano a los seiscientos alumnos.

La inauguración del Colegio tuvo lugar el 28 de Abril del año 1969.
Este evento, fue el más importante y tierno que he presenciado a través de los 47 años que he permanecido en Llanera; ni son lucubraciones mías, ni pretendo magnificarlo, voy a expresar lo que quedó gravado en mi retina, de tan emotivo acto, pero las personas que asistieron pueden corroborar su veracidad.

Era un día primaveral, un límpido cielo azulado, un luminoso sol, y esta conjunción meteorológica, acrecentó la belleza del acto.
La amplia explanada delante del Colegio, estaba repleta de gentes; los niños y niñas de todas las edades, alumnos del Colegio, que se acercaban a los seiscientos, pertenecientes a las once parroquias de Llanera, que lo eran y son, Posada, Cayés, Ables, San Cucao, Santa Cruz, Bonielles, Ralos, Villardeveyo, Pruvia, Lugo y Ferroñes.

Todos los alumnos, limpios y peinados y hasta perfumados por sus candorosas madres, todos vestidos con mandilones, ellos a cuadros azules y blancos y ellas azules, blancos y rosa, con una graciosa trevilla, atrás en la cintura, colocados en filas simétricas, y estas interminables filas formaban a modo de dos alas y en su convergencia, un Profesor del Centro, que además era profesor de música, llamado D. Jaime, sobre un atril, la partitura, y con la batuta en su mano derecha, cantaros magistralmente, el himno de San José de Calasanz, del que deviene el nombre del colegio, y con aquellas angelicales voces, fue el inicio y final del evento.

Tras ellos, cientos de madres y algunos padres, que ufanas y repletas de ternura arropaban a sus candorosos vástagos, y muchas tenían dos y tres hijos en el centro.

Presidían el acto los Profesores que aparecen en la fotografía y en el centro la Inspectora de la zona Srta. Balbín.
El Sr. Alcalde y Concejales, los funcionarios Municipales, el Sr. Juez Comarcal, Comandante del puesto, en definitiva un enjambre inmenso, pues a todos les afectaba en mayor o menor medida, la educación de sus hijos.
El disparo de voladores era el preludio anunciador del acto. Flotaba en el ambiente un hálito de gozo y alegría.

La bendición la impartió D. Liborio Colino Valencia, a la sazón párroco de Posada; le acompañaban dos monaguillos, revestidos de roquetes blancos de estreno, uno portaba la cruz y el otro el acetre con el agua bendita y el hisopo dentro.

Se inició el acto con el cántico de los niños, la bendición y seguidamente tomó la palabra la Inspectora Srta. Balbín, que hizo una exposición detalladísima; la estructuración de las aulas, su programación, el funcionamiento del Comedor Escolar, el Servicio de Transporte etc. Etc.; su verbo estaba repleto de contenidos.

Toma la palabra e, Sr. Alcalde D. José Suárez, quien de forma sencilla y breves palabras agradeció a todos, y muy especialmente a los que más directamente nos habíamos implicado, en el logro de lo que aquí y ahora inaugurábamos.

Los aplausos sonaron atronadores, y hecho silencio, irrumpe el coro, que emocionó a los asistentes, brotando de muchos ojos abundantes lágrimas por la emoción incontenida de la alegría.

Como nuestro periódico EL TAPÍN, ha tenido a bien, publicar este largo relato, que a todos los habitantes de Llanera, les resultará interesante, por serles tan cercano y familiar, los de aquella época lo habéis vivido y con esta lectura lo habréis rememorado, y a las generaciones posteriores les agradará conocer su origen. Y si se me permite, en posterior artículo iré desgranando hechos y sucedidos que van a permitirnos conocer las entrañas de este importante Colegio, y como de él han salido muchos Licenciados en diversas ramas, que actualmente ejercen sus bien merecidos cargos.




MANUEL SERRANO VALBUENA