viernes, 1 de julio de 2011

Cuándo y cómo conocí a una joven llamada Marina-Gloria Blázquez Fabián






Cuándo y cómo conocí a una joven llamada Marina-Gloria Blázquez Fabián

         Pretendo con estas líneas, plasmar sobre papel y con la exclusiva finalidad de que mis hijos y nietos conozcan de una manera veraz, una época vivida por sus progenitores, cual fue, el tiempo en que transcurrido desde el día en que nos conocimos y en el que nos unimos matrimonialmente.

         Corría el primer trimestre del año 1953, fechas en las que yo vivía en la villa de Almanza, partido de  Sahagún, en la provincia de León, mi pueblo. El número de familias era importante, pues todas las viviendas estaban habitadas por familias numerosas, yo diría numerosísimas y consecuentemente había una nutrida población de jóvenes, mozos y mozas y como no, niños de muchas edades escolares.

         Había un grupo escolar compuesto por dos aulas de niños, otras de niñas, regentadas por mi padre D. Honorato, otra por D. Benjamín, otra por Dª. Abilia y la cuarta por Dª Antonia. Estos cuatro profesores de entrañable cariño para mi, todos fallecieron y por tanto deseo que se encuentren gozando de la plenitud eterna del cielo.

         Este grupo se hallaba ubicado en un hermoso chalet, que el ayuntamiento adquirió para tal fin, y gozaba de un amplio patio de recreo, todo vallado y por su aire norte corría la presa del molino, con unas choperas hermosas.

         Como también había muchos niños de párvulos, se creó un aula para ellos, que se encontraba en el mismo edificio del Ayuntamiento y Juzgado. Esta plaza estaba reservada a concurso-oposición.

         En esta villa, la vida era tranquila y yo vivía con mis padres y hermanos, formando una familia numerosa. Había una paz envidiable, el orden y el respeto se respiraban por doquier; la felicidad era total formando una sola piña, en la unión, en el cariño, en la distribución del trabajo y toda la prole, queríamos, amábamos, admirábamos y respetábamos a nuestros progenitores, que si bien, cargados con el abrumador peso de los años, aun más lo estaban de méritos y virtudes.

        

         Sin intentar ser prolijo, diré que yo había obtenido por oposición y con el nº 1 la plaza de oficial habilitado de la Justicia y destinado, previa petición al Juzgado de Saldaña, partido Judicial en la provincia de Palencia, y por tanto hube de dejar por primera vez mi entrañable hogar, para instalarme en una Fonda en aquella localidad.

         Saldaña era una localidad de unos 3.500 habitantes, acogedora, en donde me encontraba muy bien ya que muy pronto me granjee el cariño de mis compañeros y superiores; el Juez era un buen amigo, de unos dotes extraordinarios y yo procuraba como lo he hecho siempre, ser pundoroso y fiel en el cumplimiento de mis obligaciones, responsabilizandome de todo lo que hacía, que era mucho. Pero como es lógico añoraba el hogar que deje y cuando mi trabajo me lo permitía, con la aquiescencia del Juez, me iba dos o tres días a Almanza.

         En la primera visita tras abrazar a los míos y contarles como me iba en Saldaña, salí a dar un paseo por los soportales de la Plaza y frente a mi venían dos muchachas, una que era Carmina, practicante titular en Almanza, a la que yo conocía y esta me presento a la otra que no conocía, diciéndome que era Marina, que era de Oviedo y había venido a posesionarse de la Escuela de Párvulos y se hospedaba en la misma casa que ella. Faltaría a la verdad, si no expreso lo que en mi interior aconteció al ver, mirar y hablar con Marina.

          Si me refiero a su físico, que diría el flechazo de cualquier joven, observé con miradas discretas, que su faz, juvenil, sonrosada y risueña constituían un conjunto armónico, agradable y atrayente. Su estructura bien delimitada y armónica, su espalda amplia y recta, su pecho normal y su cintura delimitada sobresaliendo sus amplias caderas, todo bien basamentado en unas piernas un poco gorditas, de unas líneas perfectas. Llevaba un peinado moderno, para aquellos tiempos, con una poblada cabellera castaño oscuro.

         Hacia frío y vestía un chaquetón tres cuartos de piel larga, con unas franjas verticales, de excelente calidad; falda plisada, medias y zapatos oscuros de bastante tacón, guantes de cabritilla negros. Llevaba una sortija fuerte de oro, con una amatista y unos pendientes y collar de perlas. Tenía una dentadura perfecta, fuerte, uniforme y blanca.

         Todo este conjunto, a vuelo de pájaro, me prendo, causándome una agradable sensación, es decir una muchacha con elegancia y estilo.

        

         Pero como yo siempre  he valorado más que todo esto, “que es muy importante”, su intimidad, sus convicciones, sus expresiones, sus sentimientos religiosos y otras muchas cualidades.
        
         Al separarnos quedé un tanto enamorado de Marina, decidimos vernos y tratarnos con mas frecuencia, para llegar a conocernos más y mejor; para ello la emplace para el siguiente día volvernos a ver, a lo que acepto y ello me indujo a presagiar que yo no le había pasado desapercibido.

         Nueva cita “siempre acompañada de Carmina”. Yó, persona aguda e ingeniosa, como sagüeso  que levanta la liebre, la iba introduciendo en conversaciones de muy variada índole y ello me dió pie a conocer que era una persona inteligente, muy recatada, culta y discreta.
        
         Carmina escuchaba, intervenía en la conversación, preguntaba, pero yo intuía que no lo estaba pasando bien, pues como inciso diré que ella antes de conocer a Marina, me buscaba, procuraba verme, me pedía que le redactara algún que otro escrito relativos a su profesión, etc. Y yo que era  educado, la trataba amablemente pero ella quería que fuera algo mas.

         Volviendo a lo que nos ocupa, que era Marina, caminábamos en la misma dirección, teníamos ambos el mismo basamento cristiano, nuestros hogares eran casi gemelos “su padre y el mío eran maestros”, clarividencia en las ideas, yo diría sin pedantería que entre ambos se había establecido un trasvase, como en física lo serán “los vasos comunicantes” en el que uno a otro y el otro al uno, con reciprocidad nos íbamos traspasando valores, inoculándonos derechos y deberes, la compenetración de ideas era total, y algunas asperezas y discrepancias se iban limando, los impulsos egoísta analizando y nuestro armónico cariño iba increscendo.

         Nos separamos, yo me fui a Saldaña y ella permanecía en Almanza en su puesto de trabajo. A mi me costaba que mi padre y Marina hacían por verse en los recreos y sin temor a equivocarme, algo hablarían de mi (esta es una simple intuición), y mi padre que tanto me quería, colaboraría a que nuestro noviazgo fuera viento en popa.

         Pese a que Almanza y Saldaña no estaban lejos, los medios de comunicación eran harto difíciles. Me hice amigo de una persona a la que resolví algún problema de índole jurídico, el cual tenía muy cerca a la Fonda, donde yo me hospedaba, un taller de motos. Me insinúo que como no aprendía a conducir motos, lo acepté y me dijo el domingo que no trabajaba por la tarde, nos dirigimos al taller, cogió una moto de considerable tamaño, alta desgarbada, con unos manillares retorcidos que se parecían a una enorme cuerna de las vacas que habitan las dehesas salmantinas; de varias pedaladas arranco el motor, unas explosiones fuertes, aceleraba y escupía humo negro y  abundante por el tubo de escape; la saqué a los soportales,  cerro el taller, se monto delante y me mando montar de tras, asiéndome fuertemente a su cintura y arrancando en dirección a Guardo; al llegar a unos dos kilómetros de Saldaña y frente a donde se alza el Santuario de la Virgen del Valle, que yo conocía bien pues algunas tardes daba un paseo hasta el mismo; detiene la marcha, se para y nos apeamos. Me mandó en tono imperativo, que no daba lugar a no hacerlo, que me monte en la parte delantera y él en la trasera; yo le dije que no se lo que hay que hacer, contestándome "aguanta el manillar, aprieta el freno de embrague y vas soltándole lentamente, lo que intente hacer calándose dos o más veces; fue corrigiendo esos fallos y salí bruscamente,  y tras un zigzagueo logre pronto una marcha uniforme, acelerando bastante caminamos un buen trecho, dando nos la vuelta y ya regresamos al taller, pero las calles en Saldaña era angostas y la gente las llenaba, pues al ser domingo por la tarde paseaba muchas personas; las fui esquivando y me dijo al llegar al garaje que lo había hecho muy bien. Fuimos a un bar, tomamos algo y me dijo: “cuando quieras ir a Almanza me lo dices y llevas esa moto que es la mejor".

         Recogí el guante y tan pronto como pude decidí ir a Almanza. Ese día llovía  copiosamente y el del taller me dijo: " no te preocupes te dejo un traje de plástico negro, muy duro y pesado, pantalones, chubasquero, gorro, gafas y guantes (si me caigo no seria capaz de levantarme).

         Coloco la escafandra o disfraz, arranco la moto y me llego a la gasolinera a repostar; allí veo a un amigo mío de Almanza, llamado Rafa, que estaba de Secretario en el Ayuntamiento de Pino y Fresno del Río, le llamo pero con el disfraz no me conocía, le vuelvo a llamar, hablamos y me conoció preguntándome “ pero desde cuando sabes conducir motos? Contestándole que desde el domingo, no tenia carnet de conducir (pero no se precisaba). Emprendo el camino con ilusión hacia Sahagún. La carretera entonces era de tierra, no había asfalto y con la abundante lluvia, se convirtió en un verdadero chaparal de barro rojizo.
        
         Yo como irresponsable y desconocedor de que aquel monstruo podía derrapar, aceleraba y bastante, curvas había pocas, miraba al cielo que con unos nubarrones negros, dejaban caer una lluvia fuerte y pertinaz.

          Las tierras a ambos márgenes llanas, una enorme paramesa de Castilla y solo se veía varios rebaños de ovejas, apretujadas unas contra otras. El pastor vestido de pieles y los perros, unos pequeños los careas y algunos mastines leoneses, que con el estrepitoso ruido de la moto, corrían desaforadamente hacia la carretera y yo pensando que si llegaban a cogerme los mastines con las fauces abiertas y los ladridos de todos..., aceleraba más y más y así evite un posible percance.

         Llegue a Sahagún, la mitad del camino y proseguí hasta Almanza, llegando hasta la puerta de la casa de mis padres, saliendo mi hermana Concha, que no me conocía, por el disfraz y lleno totalmente de barro. Me ayudo a guardar el plástico, para que mi madre no me viera en tan lamentable estado. Me lave y me hice visible a los míos y tras un cambio de impresiones me fui en busca de Marina a la que salude y quedamos para reunirnos más tarde para tomar un café; como dato curioso diré que en la cafetería que había en la Plaza, la mejor, con unas mesas de mármol blanco, colocado sobre un soporte de forja negro que los jugadores de domino, que en Almanza eran muchos, al mover las fichas producian fuertes ruidos al colocar las mismas en sus lugares, con fuerte impulso de los protagonistas del juego y a su lado mirones que contemplaban las jugadas, las comentaba y discutían acaloradamente. En otras mesas, todas gemelas, mi padre y otros jugando a la baraja, al tresillo, al mus etc...

         En la mesa que encontramos libre, cercana a una galería que a su través se contemplaban las ganseras, con una frondosa chopera y el discurrir de las aguas de la presa; que la contemplación de este paisaje infundía en nosotros paz y satisfacción interna. Nos sentamos en la mesa de mármol blanquísimo, rectangular, uno frente al otro, con dos cafelillos con leche y aquellos azucarillos cuadrados, mientras degustábamos un café, compartimos una animada conversación que en algunos momentos hacíamos pausas que eran como descansos, para meditar, asimilar lo que uno y otro habíamos hablado; sonreímos ambos, nos cruzábamos las miradas, proseguimos nuestra interrumpida conversación.

         Este hecho, carente de nada anormal, pues estábamos ante presencia de mi padre y muchos hombres, (las mujeres no entraban en las cafeterías), dio pie a que algunas cotillas, con no buenas intenciones, se osaran decir al párroco de la villa D. Gabriel González Liebana; que la Srtª Marina en compañía de Manolo iban a la cafetería, ¡lo cierto es que las mujeres no iban!.

         Enterado de ello y para que Marina no sufriera, fui a ver a D. Gabriel de excelentes dotes sacerdotales que era amigo de mi padre y también mío, le comente lo acontecido y le argumente que donde íbamos a estar mejor, con el frío que hacia, que en la cafetería, a la vista de todos, entre ellos mi padre, me comprendió, lo asumió y me dio la razón sin duda era anómala y rara nuestra entrada, es decir la de Marina en tan noble recinto (como han cambiado los tiempos).

         Otro de mis viajes desde Saldaña a Almanza, para ver a Marina, que no quiero pasar por alto, fue el siguiente:
        
         Un domingo había un partido de fútbol en Saldaña, entre el equipo de esta localidad, jugaba “La Leonesa”, que desde León se había desplazado en un autocar. Recuerdo que estaba presenciando el partido al lado del directivo del equipo y comenzó a nevar. A mi mente llego la idea de ir a León en el autocar que retornaba a los futbolistas; se lo comente a mi amigo y este se ofreció para una vez terminado el partido hablar con su colega el directivo de la Leonesa, cosa que hizo y me llevaron con ellos a León. Busque una pensión para dormir, nevaba copiosamente y a la mañana siguiente cogí la maleta que llevaba y me dirigí hasta la estación de autobuses de la Empresa de Martiniano Fernández, encontrando allí un joven de Almanza que venia de permiso vestido de militar y con el macuto a la espalda. Llegamos a la taquilla a sacar el billete y nos anuncian que no saben hasta donde podía llegar el autobús por la mucha nieve que había caído. Montamos en él, pues otra opción no cabía y nos llevo hasta, Sahechores un pueblo que dista de Almanza 16 Km, en donde el chofer anuncio a los viajeros que no podía proseguir, dado que la nieve se lo impedía. Nos miramos, decidimos dejar la maleta y el macuto de la mili en el bar que allí había. Yo abrí la maleta y saqué unos chanclos de goma negra, que me habían hecho los presos de la cárcel de Santander. Me los cale y como el día era hermoso, hacia un sol espléndido, el cielo azul claro limpio y todo cubierto de nieve abundante, cogimos la carretera y a caminar. De vez en cuando miraban hacia atrás para contemplar las huellas sobre la nieve. Francamente era un panorama idílico y la nieve con el sol brillaba como pequeños diamantes, esa nieve solida, helada, aquellas espundias, tan duras que laceran la cara y que yo estaba familiarizado con las mismas.

         Al llegar a un pueblecito llamado “Llamas” con un grupito de casas en derredor de la Iglesia con su espadaña y en sus troneras dos campanas; dejamos la carretera y tomamos un breve camino que llegaba al pueblo, preguntamos que si había algún bar y unos niños que jugaban en la nieve y tenían construida una pequeña estatua, nos indicaron donde estaba el bar; no era otra cosa que una pequeña taberna, con un mostrador de poco mas de un metro, rústico y una estantería, y en ellas unas botellas de anís del mono, coñac veterano, osborne, etc.

         Pedimos algo para comer (no habíamos cenado ni desayunado) y no tenían otra cosa que unas aceituna, una hogaza de pan y un vaso de vino; las aceitunas las saco de una vasija, con un cuenco de madera y lleno un plato hondo, y partimos trozos de pan de la hogaza y a comer. Las aceitunas con pepita, verdes hermosas y muy ricas. El pan sabrosísimo, saciamos el hambre y tras pagar proseguimos el camino hasta el próximo pueblo, que era Almanza y distaba 8 Km. El cansancio no nos molestaba, pues yo estaba habituado a practicar grandes caminatas, pues era cazador.

         Llegamos a unos dos km antes de Almanza, en donde existe una fuente llamada de las Cigüeñas y como las muchas aceitunas que engullimos nos produjeron mucha sed, bebimos agua fresca y buena que abundantemente manaba en la aludida fuente. Recuerdo que cerca a la fuente se encontraba muerta sobre la nieve un avefría y comprobé que estaba muerta y allí la dejamos. Reconfortados con el agua y una breve e intensa contemplación de aquel paisaje, proseguimos nuestro camino y llegamos a Almanza, donde el joven que me acompañaba se despidió pues el vivía mas allá de mi casa.

         Mi buena madre mandó que me hicieran algo calentito para comer, cambiamos impresiones y me decía que como me había atrevido a viajar con aquella nevada.

         Me fui en busca de Marina para saludarla y para mas tarde vernos. Esto se hace cuando estas enamorado. En esta etapa de mi vida realice otros viajes para estar con Marina a la que cada vez quería más y mejor.

         Recuerdo que desde Saldaña hice un viaje con un amigo en su moto hasta Romillo, cercano a Arriondas donde Marina veraneaba en una casería que allí tenían y tienen sus padres.

         Van transcurriendo los meses y a finales de junio que eran las fiestas de San Juan, en León, invite a Marina y su amiga Carmina a una corrida de toros, luego pasamos la velada en una terraza colocada en la amplia acera de la calle principal de León, acompañándonos mi cuñado Perico, muy simpático y chistoso, nos deleito la velada.
        
         Marina quería que me conociera su hermana Amelia que estaba de profesora de  Párvulos en Boñar, en compañía de su amiga Celia Campani, que también regentaba otra escuela de Párvulos y ambas se hospedaban juntas.
        
         Para ir a Boñar desde Almanza, era muy difícil pero lo que no hace el amor, no lo hace nadie. Marina se fue desde León a Boñar en la linea de autobús.

         Yo marché a Almanza y el siguiente domingo con motivo de las fiestas en Boñar se celebraba un campeonato de lucha leonesa. Con los mejores luchadores de la provincia, hable con D. Herminio, farmacéutico de Almanza y que era un forofo de el Corro de lucha leonesa, buscamos otros tres o cuatro y alquilamos una ford ranchera que tenían los Fontechas y en ella nos trasladamos a Boñar.

         Ellos se fueron al Corro de lucha leonesa y yo me fui a buscar a Marina que estaba donde se hospedaba su hermana y Celia su amiga y compañera. Invite a todas, salimos a dar un hermoso paseo y luego a una cafetería, a tomar unos chocolates con las pastas clásicas de Boñar (nicanores), así nos conocimos Amelia, Celia y yo.

         Falta pues que me conocieran en Oviedo los padres y hermanos de Marina, pues a esta mis padres y toda mi familia la conocían bien porque vivía en Almanza.

         Programamos el viaje a Oviedo y lo hice en las vacaciones de Navidad. Marina se fue a pasarla con su familia y yo en la fecha que señalamos me llegue a Oviedo; Marina me tenía buscada una fonda en la calle Asturias  de la Sr. Arcilia y me invito a comer en su casa un día.

         Para mi ello no era fácil, pues se trataba de que los padres y hermanos de Marina  me conocieran. Llego la hora, me dirigí a la casa de la Calle General Zulillaga nº1, pulse el timbre, no sin antes descansar en el pasillo , pues mi corazón latía fuertemente, abriéndome la puerta Marina, la que muy cariñosamente me mando pasar y me llevo al comedor. Allí fueron llegando y Marina me los fue presentando, los que iban a ser mis suegros “si Dios no lo remediaba” y sus hermanos. Tras una charla, agradable, pero en la que yo era el protagonista y todas las miradas me acosaban, anunciaron que debíamos comer y fueron sirviendo la mesa, Marina y Amelia, huelga decir que el menú fue muy bueno, que yo no comí mucho porque estaba nervioso, pero todo resulto muy bien.

         Oviedo estaba nevado y hacia un frío intenso. Marina y yo fuimos al campo San Francisco, al local “La Granja”, tomamos algo, charlamos, Marina me dijo con voz emotiva, tal vez un poco vergonzante, que a todos sus familiares, es decir, sus padres y hermanos, la impresión que sacaron de mi fue muy grata. Me alivio y yo jocosamente la dije que puntuación crees que me darían del 1 al 10. Se sonrío tímidamente, vergonzosamente y me contesto que rebasa el 10 y me beso. Esto era excepcional en ella, por la noción que tenia del pundonor y honestidad, muy gravados en su corazón.

         Cumplimos todos estos obligados tramites, Marina y yo íbamos decidiendo, la boda, cuando, etc. Y resulto que fijamos el 19 de agosto de 1954, en la iglesia de San Juan el Real a la que pertenecía Marina. El banquete en el Hotel España, con un menú en aquellas fechas muy digno.

         Y así se hizo.

         Cuando me encuentre con ánimo, seguiré contado más cosas, que 52 años juntos dan para muchos folios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario