viernes, 1 de julio de 2011

HAY UNA MUJER

HAY UNA MUJER

Hay  una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud; una mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más aciertos que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama y siendo rica dará con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo vigorosa se estremece con el váguido de un niño y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león; una mujer, a quien mientras vive no sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero que después de muerte daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios…

De esa mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape vuestro álbum porque yo la vi  pasar en mi camino.

Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta estampa, y ellos, cubriendo de besos vuestra frente sentirán en estas líneas un boceto del retrato de su madre.

Estas mujeres a través de los tiempos han formado una legión inmensa que nada ni nadie podrá contar y todas con sus antorchas encendidas han participado en la olimpiada de sus vidas llegando a la meta.

Yo quiero poner nombre a una de ellas, llamada Marina Gloria, con la que conviví íntimamente y por ende conocí sus interioridades, el esfuerzo, la abnegación, los desvelos, los sufrimientos y el derroche de amor y cariño con sus cinco hijos y conmigo su esposo.

Marina Gloria como tantas otras mujeres, participó activamente, en la larga olimpiada de su vida, con la antorcha siempre encendida, llegando a la meta, que fue el final de su vida terrena, con dignidad, limpiando sonriente el sudor de su frente que el esfuerzo trepidante de su vida la causaba, pero puedo afirmar que llegó a la meta ocupando un puesto destacado.

La meta es el cielo y ella goza de la plenitud del mismo, y mis hijos, nietos y yo así lo podemos afirmar y desde lo alto está intercediendo por todos nosotros eficazmente;  lo intuimos, lo palpamos y nuestro anhelo no es otro que podernos abrazar a ella y besarla en su frente.

!Qué  este fervoroso deseo se cumpla!

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