viernes, 1 de julio de 2011

TRES OCTOGENARIOS VIUDOS, SITUADOS EN EL RECINTO DEL CEMENTERIO “EL SALVADOR” EN OVIEDO.



TRES OCTOGENARIOS VIUDOS, SITUADOS EN EL RECINTO DEL CEMENTERIO “EL SALVADOR” EN OVIEDO.

         Menester se hace, conozcáis a éste trío y para ello forzoso es de hacer, a modo de unas breves e intensas pinceladas, quienes lo componen.

         Principiando por el más longevo llamado Manuel Serrano Valbuena, nativo de la villa de Almanza en la provincia de León.

         Le sigue Francisco Medina Calvete, nacido en Tielmes-Madrid.

         Siendo el finalista, Mariano Suárez Rivero, quien tuvo el privilegio de abrir los ojos a este mundo, en Ribota de Sajambre, León, bellísimo lugar, inmerso en el desfiladero de los Beyos, siendo éste el más bonito de la Península Ibérica.

         Estos tres personajes, anclaron años atrás, sus hogares en la linda ciudad de Oviedo; por azares de la vida nos conocimos, el trato engendró cariño y éste se fue solidificando, logrando ser unos entrañables amigos.

         Aquí no tiene cabida la máscara de la hipocresía; los valores y sentimientos que alberga este trío, logró con la aportación y la colaboración desinteresada, constituir un bloque monolítico homogéneo.

         Pese al abrumador peso de los años y los achaques inherentes a ellos, nuestra amistad y cariño son perennes.

         A los tres se nos otorgó el don, de haber tenido unas esposas inmerecidas.

         La de Serrano era Marina Gloría Blázquez Fabián.

         La de Medina, María Dolores Granda Alonso.

          La de Suárez, María Diamantina García Farpón.

         Las tres eran Profesoras, impartiendo la docencia durante sus vidas.

         Poseían una vasta cultura, y a más, eran lindas, tenían un pos de elegancia, una faz juvenil, sonrosada y risueña, constituían un conjunto armónico, agradable y atrayente. Sus estructuras bien delimitadas y armónicas, pero a más de esto, que es hermoso; sus intimidades, sus convicciones, sus expresiones, sus sentimientos religiosos y otras muchas cualidades las adornaban.

         Tenían clarividencia en las ideas, estaban cargadas de valores que sabían transmitir a los demás, logrando así la plenitud de sus respectivos hogares, derramando bondad y ternura; eran prudentes y mesuradas, y sin alaracas, silenciosamente lograban infundir en sus esposos e hijos, una gran confianza.

         Era tal el derroche de amor hacia los suyos, que jamás se escucho de sus labios quejarse de cansancio, hastío ni tristeza, antes al contrario este amor y cariño inundaba el hogar, logrando tal vez sin pretenderlo, que éste fuera un verdadero remanso de paz, sencillez, orden y respeto y así la vida discurría plácidamente.

         ¡Que felicidad, que dicha, que encanto!

         Ahora que sentimos cada uno esta orfandad, cuando nos abruma el peso de los años y consecuentemente los achaques inherentes a ellos, nuestros corazones y nuestra emotividad son más sensibles y al perder a estas valiosas perlas nos emocionamos y de nuestros ojos se desprenden gruesas lágrimas que son otras perlas preciosas, cargadas de sentimientos, brotados de la intimidad de nuestro ser.

         Estas mujeres, fueron nuestras esposas, que se hallaban íntimamente unidas, al bloque monolítico al que antes me referí.

         Fueron fecundas, nutriendo sus hogares, Marina con cinco hijos, María Dolores con una hija y María Diamantina con dos hijos, logrando que todos los corazones latieran al unísono, pues les nutre la misma sangre y ese flujo sanguíneo se convierte en algo más, sea un transversal cariño, que aune fuerzas suficientes que caldeen nuestros espíritus, viviendo juntos de modo fraternal, amoroso y tierno.

         El devenir de los años, nos fue arrebatando uno tras otro sus miembros, hasta reducirlos a los que hemos sobrevivido y ahora rememoramos aquellos tiempos como los más hermosos y entrañables de nuestra existencia.

         Además para conseguirlo estas tres mujeres, cooperaron activamente, logrando con su mesura, buen hacer, su talante, su abnegación y sacrificio y sobre todo el derroche de amor hacia los suyos, logrando la solidez de nuestro amor que perduró a través del tiempo, el paso de los años y el declinar de nuestras vidas, porque anidaba el deseo de ser buenos, nuestras solidas creencias no nos permitían dar cabida al rencor, la envidia, el desánimo, y así se produjo, hasta que la muerte arrancó a Marina, María Dolores, y María Diamantina de nuestro lado, y ahora sus viudos nos hemos empecinado, en proseguir caminando en la misma dirección, anhelando así vivir y morir.

         La meta es el cielo y ellas gozan de la plenitud del mismo, nosotros sus viudos, unidos a nuestros hijos y nietos así lo podemos afirmas y desde lo alto están intercediendo por todos nosotros eficazmente; lo intuimos, lo palpamos y nuestro anhelo no es otro que podernos abrazar a ellas y besarlas en su frente.

         ¡Que este fervoroso deseo se cumpla!

         Tal vez parece, que con este alargado inciso, pretendiera obviar la narrativa del enunciado de este relato, pero ello no es así, pues retorno a él.

         Hoy día 25 de mayo de 2010, fiesta del bollo en Oviedo, concordamos hacer una visita a las tumbas en las que yacen los restos mortales de nuestras respectivas esposas.

         En mi mercedes 300, nos adentramos y principiamos el viaje.

         Recorrimos Santa Susana, repleta de romeros, todo el paseo de los Curas, sin intercala miento entre sí, las barracas y tiendas que exhibían curiosos y variados objetos.

         Llegamos a la circular en la plaza de San Miguel, tomando el vial que conduce a la avd. del Arzobispo Guisasola, faldeando el Campillín adentrándonos en la amplia rotonda que de ella parte un ramal que conduce al cementerio; es una empinada pendiente pero con los 150 caballos del mercedes, éste como un alazán semidesbocado, rítmicamente se deslizaba sin percibir ni un liviano esfuerzo, llegando al aparcamiento, nos situamos cerquita de la puerta central del cementerio, y a el nos dirigimos, y bajo el arco central que denota belleza y sobriedad, accedimos al recinto sagrado, tomando la calle principal que recta, amplia y con pendiente aladeada, nos condujo a la Ermita.

         Esta ascensión, tuvimos que realizarla, con un caminar cansino, acorde con nuestro estado anímico; de cuando en cuando descansábamos para tomar resuello y a la vez contemplar las variadas tumbas y panteones, con el seto y los cipreses que presagian la llegada de la primavera, con unas conversaciones inconexas, pues distábamos entre sí algunos metros, comprobamos la soledad de aquel recinto, solo había un matrimonio, y en aquel silencio impresionante, con una temperatura agradabilísima, se percibía con nitidez, el trino de los pájaros cantores, situados dentro de la fronda de los abetos.

         Las osadas urracas, aprovechándose de aquella soledad merodeaban por las múltiples entre calles, luciendo un luminoso plumaje blanco y negro, su gran cola, presumiendo de esas cabriolas o piruetas tan típicas en ellas, así como ese clásico caminar a saltitos.

         Llegamos a la Ermita, situándonos los tres frente a la puerta enrejada que permitía que nuestros avizores ojos penetraran dentro topándonos a lo lejos y de frente con una gran cruz y Jesús colgado en ella, con los brazos tendidos para abrazarnos.

         Nuestros espíritus se conmovían y silentes permanecimos un tiempo en meditación profunda; Mariano persona precavida, extrae del bolsillo un misal, negro, acharolado, y nos lee conmovedores salmos y pasajes del Evangelio, y yo finiquito nuestra oración recitando la compuesta por San Ignacio de Loyola que dice así.

         “No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte, tú me mueves Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte, muéveme en fin tu amor de tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera; no me tienes que dar porque te quiera, porque aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera…….”

         De allí nos dirigimos a la tumba nº 459, donde reposan los restos mortales de María Dolores Granda Alonso, fallecida recientemente, el día 29 de noviembre de 2009, y tras una breve contemplación visual, pude comprobar que en el frontis de la tumba, a ambos lados dos maceteros circulares, repletos de rosas, frescas y olorosas, de variadas tonalidades, que el día anterior, su hija Rosa había colocado.

         Rosa es hija única, es una mujer repleta de sabiduría, toda su vida la ha invertido en adquirir conocimientos, siendo poseedora de varias licenciaturas. Su conversación es amena y pulcra, pero a más de todo esto que es hermoso, posee cualidades en ella innatas, es tierna, emotiva y afable.

         El acendrado cariño a sus progenitores, la ha hecho granjearse el respeto y la estima de cuantos la conocemos.

         Supo mantenerse a la vera de su madre, cuando ésta fue zaherida por una cruel enfermedad, que soportó estoicamente durante algunos años, y aunque el cariño y esmerado cuidado de su esposo e hija, en ningún momento le faltaron, pero su estado de salud, la fue deteriorando para dormirse plácidamente en los brazos del Señor.

         Ahora Medina y Rosa, han quedado sumidos en una soledad lacerante.

         ¡Que ejemplo podemos extraer de esta buena gente!.

         Me siento ufano y orgulloso, de tener unos amigos de esta catadura moral.

         Abandonamos esta sepultura para pausadamente llegarnos a la de Marina, y aquí para no ser repetitivos, oramos en voz alta, colocando al igual que en la anterior, tres claveles reventones de un rojo intensivo y seguimos caminando, hasta llegar a la sepultura de María Diamantina, y para ser ecuánimes, reproducimos las escenas anteriores.

         Les llevo a la sepultura, donde descansan los cuerpos de nuestros amigos José María García Sandoval y su esposa María de los Ángeles de Fraga, colocando un clavel y rezando un padrenuestro.

         Nuestro objetivo, estaba cumplido.

         Da la impresión que nuestras esposas, como huyendo del bullicio de la Capital, se fueron al Campo Santo como huyendo para reposar pacientemente, esperando la Resurrección de sus cuerpos.

¡Que solos se quedan los muertos!

         En lo íntimo y más profundo de nuestro ser, se oían unas voces, que parecían ser las de nuestras esposas y éstas en un lenguaje inteligible, nos enviaban un mensaje cuyo texto es así.

PAZ Y BIEN

Cuando yo tenga que dejarte un corto tiempo
por favor, no te entristezcas,
ni derrames lágrimas,
ni abraces tu pena hacia ti por muchos años,
al contrario, empieza con valentía
y con una sonrisa...
Y por mi memoria y en mi nombre,
vive tu vida y haz todas las cosas igual que antes.
No alimentes tu soledad con días vacios,
sino que llena cada hora que estés despierto,
con actos útiles.
da tu mano para ayudar, consolar y animar
y yo, en cambio, te ayudaré a ti
y te tendré muy cerca,
y nunca, nunca tengas miedo de morir,
pues yo estoy esperando en el cielo.



Este emotivo relato, quiero dedicarlo, como muestra humilde de gratitud y cariño perenne, a mis cristianos y ejemplares amigos, Francisco Medina Calvete, a su hija Rosa Medina Granda; a Mariano Suárez Ribero y a sus dos hijos.


OVIEDO 25 DE MAYO DE 2010

MANUEL SERRANO VALBUENA
        




1 comentario:

  1. Gracias de todo corazón, querido Manolo, en nombre de mi padre y en el mío propio. Tu relato nos ha emocionado. Te deseamos Paz y bien!
    Rosa M. Medina Granda & Francisco Medina Calvete (Oviedo).

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