NOCHE DE NAVIDAD
A sus cristianos y venerables padres, don Honorato Serrano
y doñaLucinia Valbuena, eleva esta cariñosa ofrenda.
I
¡Qué noche aquella tan cerrada!
La nieve descendía a la tierra en grandes y espesos copos, y el viento enfurecido la arremolinaba silbando fuertemente.
Palos y troncos, atropados acá y allá por el campo aquella tarde, consumíanse poco a poco bajo la chimenea, corriendo por ellos de vez en cuando llamas azuladas. La lámpara humeante parpadeaba triste, y afuera gemía el viento agitando las ramas de los desnudos árboles y penetrando de vez en vez, envuelto en nieve, por los resquicios de la desvencijada puerta.
Las horas pasaban para aquella pobre mujer lentas y silenciosas…
De pronto, el viento, zumbando quejumbroso, llevó a la casucha el alborozado repique medio apagado de las campanas que tocaban a fiesta. Invitaban a todos a la alegre Misa de media noche.
¡Qué tristes ecos produjo en el corazón de la madre el juguetón tintineo de las campanas!
Enmudecieron las campanas, y quedó sólo, llamando pausadamente a los fieles, un esquilón desde lo alto de la torre. La voz del esquilón pudo llegar, dulce y cariñosa a pesar de los copos de nieve, a los oídos de la mujer.
-¡Ven! ¡ven! ¡ven!...- parecía hablar su lengua metálica.
Y la pobre mujer, interpretando aquel misterioso lenguaje, comenzó a decirse a sí misma:
-Todos son llamados para ver a la Virgen y al Niño Jesús, y todos van a la Iglesia esta noche.
Y añadió con resolución:
Y se levantó decidida a marcharse. Mas al ir a besar a su hijo observó que tenía la frente fría y le vio los labios descoloridos, y la detuvo el espanto y el terror.
En aquellos momentos de indecisión y angustia sonaba en sus oídos por última vez:
-¡Vennn! ¡vennnn! ¡vennnnn!...
III
Poco después se oyó crujir la puerta de la casucha, salió la mujer, y caminó a grandes pasos por las calles, llenas de nieve. Ya nadie las transitaba. El viento seguía silbando enfurecido. La pobre mujer iba diciendo por el camino con la convicción de la fe y el afianzamiento de la esperanza:
La cuna quedó sola en la pobre casucha, alumbrada por la llama de la rústica lámpara humeante que vacilaba tristemente. Por fuera ¡siempre el viento y siempre la nieve!
¡Qué noche aquella tan cerrada!
IV
Cuando llegó la pobre madre a los umbrales de la iglesia, el sacerdote entonaba conmovido el Gloria in excelsis Deo, el canto de los Ángeles que nunca suena en los oídos cristianos tan suave, ni llega nunca tanto a lo hondo del alma, como en la noche en que se conmemora el Nacimiento del Salvador del mundo.
A la voz del sacerdote se desbordó de improviso en la iglesia un torrente de júbilo y alegría. Cantaban los niños, los jóvenes y los ancianos; sonaban ruidosas las panderetas; zumbaban las zambombas; repiqueteaban las castañuelas; reíanse los caramillos, zampoñas y rabeles… ¡era gloria todo lo que daban en la tierra al Dios de las alturas los hombres de buena voluntad!…
El niño Jesús, reclinado en las pajas del pesebre, extendía desde el altar sus torneados bracecitos, como queriendo abrazar y estrechar a todos. La Virgen Santísima y San José le contemplaban extasiados de rodillas a los dos de la humilde cunita.
¡Virgen adorada! ¡Madre querida…! ¡Mi hijo, mi hijo…!
Y no pudo decir más. Se ahogó su voz en un hondo suspiro.
Pero la Virgen y el Niño comprendieron el resto de la oración. La Virgen parecía sonreírla tiernamente. Y le parecía también oir de los labios de coral del Niño:
¡Tu hijo está curado!
No aguardó más. Se levantó, y voló a su casa…
Ya no vacilaba triste la lámpara humeante. El cuarto estaba iluminado con esplendor. En la cuna vió recostado, alegre y sonriente, como un Niño Jesús, a su hijo del alma. Un coro de ángeles hermosos rodeaba la cuna. Cantaban unos: ¡Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis! Acompañaban otros el dulcísimo cántico con arpas, violines y cítaras de oro. Vestían todos túnicas largas, más blancas que los ampos de la nieve que caía del cielo aquella Noche Buena.
Y la madre, arrobada a la vista inesperada del milagro, cayó de hinojos al pie de la cuna exclamando en medio de los deliquios del éxtasis:
-¡El Niño Jesús te ha salvado, hijo mío! ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad…!
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