viernes, 1 de julio de 2011

UN SÁBADO PLACENTERO, EN CASA DE MARÍA DEL CARMEN, EN AVILÉS.


   UN SÁBADO PLACENTERO, EN CASA DE MARÍA DEL CARMEN, EN AVILÉS.

         Será oportuno expresar, que José María García Sandoval y yo, desde que nos conocimos, hace más de tres décadas, hemos mantenido una gran amistad, un trato fluido, cariñoso y fraterno, con una confianza recíproca, sin disidencias, ningún desaire,y sin duda ambos hemos contribuido a ello.

            El afecto y cariño, han ido increscendo, desde que perdió a su esposa Chelines, el 10 de enero del año 2007, nos hemos acercado más, yo he sido solidario, consejero, como un hermano; creo haberle sido de gran ayuda, en los momentos que más lo ha necesitado.

            Cuántas lágrimas hemos derramado juntos, y esforzándome he procurado consolarle, animándole, para dulcificar sus penas, que eran también las mías.
           
            No conocía mucho a su hermana María del Carmen, pero este año, que la he tratado mucho, en sus frecuentes visitas a su hermano, la he tomado afecto y cariño, y ello se ha hecho extensivo a toda su familia.

            Muchas han sido las veces que me ha invitado en compañía de José María a pasar el día en Salinas y Avilés, y en tres ocasiones lo he aceptado.

            El sábado nos vino a buscar un sobrino, Javier, quien nos trasladó a Avilés, al piso de María del Carmen, en donde comimos, pasamos todo el día y retornamos a Oviedo. En otras ocasiones lo ha hecho Miguel.

            Su hermana, en compañía de su marido, viven en un amplio y hermoso piso, en un lugar muy céntrico de la villa de Avilés. En él se encuentra uno muy a gusto, pues está perfectamente amueblado, sobre sus paredes cuelgan muchos cuadros, todos ellos pintados por ella, de varios tamaños, grandes y hermosos, encuadrados muy bien acorde con el paisaje u otras escenas que dan al ambiente una sentida placidez.

            Pero más que ésto, que es mucho, es una mujer encantadora, polifacética, que tiene cualidades para todo. Es trabajadora, amable, cariñosa, sensible y estas hermosas cualidades las derrocha por doquier, con su buen esposo y sus encantadores hijos.

            En una amplia mesa, ovalada, colocó su bonito mantel y con vajilla, copas y cubertería, parecía un gran día de fiesta. El menú fue bueno y variado, con abundantes aperitivos, todo regado con un buen vino tinto de Cenicero.

            Éramos ocho comensales, a mí me sentaron a la vera de Cleto, el patriarca del hogar, a mi derecha, Javier, el esposo de Mamen, a continuación María del Carmen, en la cabecera, José María, a su derecha, su sobrina y a continuación, que coincidían frente a mí, dos hermanas Pilar y Pura, ambas viudas, sevillanas, y para más colmo apellidadas Sevilla.

            Mientras degustábamos las viandas, charlábamos animosamente, reíamos las anécdotas hechas y dichas, que cada cual narraba.

            Terminada la comida, nos sentamos en el salón, amplio y confortable; yo me senté en un sillón, a mi derecha María del Carmen y a la izquierda, estas dos amigas a las que había invitado a comer.

            Una de ellas, Pilar, sevillana, guapa, sonriente y dicharatera y su otra hermana, Pura, también guapa y viuda, menos habladora, pero que cuando lo hacía, atinaba muy bien y muy acertadamente.

            Me pidieron que les leyera algo de lo que escribo; José María me dio un caramelo de menta para que mi voz saliera más limpia y doy comienzo. Lo hago despacio, claro y con entonación y todos en silencio me escuchan con avidez, y las tres mujeres, en un gesto unánime e improvisado alzan sus bonitas manos y aplauden, diciéndome qué bonito, que qué bien lo hacía, contestándoles que me habían sonrojando, aunque en el fondo me sentía un tanto halagado.

            Me pedían que les hiciera copias, que las querían tener y leer.

            María del Carmen me dice: “Manolo, yo también escribo algo”, se levantó, se fue a la habitación, y vino con un folio a dos caras metido en una carpeta de plástico trasparente, se sentó y dio comienzo a su lectura. Lo hacía muy bien, pues por algo es profesora; la redacción era bonita, empleaba metáforas, describía su pueblo, la plaza, las calles donde jugaba de niña con sus amigas; decía que cuando volvía se había apagado una farola “era la muerte de una amiga” etc. 

            Luego hablaba de su casa, en donde había nacido, en donde había convivido con sus padres y hermanos y José María, profundamente emocionado lloraba amargamente, pues eran unos recuerdos entrañables, que nos llevan a un pasado feliz y por ellos la emotividad y la emoción eran imprevisibles.

            Cambiamos de tema, hablamos de política, religión, contamos anécdotas, nos despedimos y nos devolvieron a nuestros hogares en Oviedo.

            Dios nos permita reunirnos, con esa fraternidad de este día, que fue sin duda muy gozoso para todos.

          














                                                                                  MANUEL SERRANO VALBUENA

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