viernes, 1 de julio de 2011

HISTORIAS POR MÍ VIVIDAS, QUE AHORA CUENTO


HISTORIAS POR MÍ VIVIDAS, QUE AHORA CUENTO

Las historias no nacen, sino que se hacen.
Son personajes los que en ellas intervienen para construirlas.
Estas historias a las que pretendo dar vida, son carentes de valor histórico, se originaron y surgieron de forma esporádica, interviniendo en ellas tres personajes.
Dos de ellos han fallecido, y he sobrevivido yo, por lo que mí longevidad me ha impelido a narrarlas, a fin de que tengáis constancia de su existencia.
Fue efímera e intensa esta etapa.
Fueron variados los escenarios en que tuvieron lugar.
Fueron breves, con un calado rico en agridulces sabores, jocosas, y en su mayoría disparatadas, entremezclándose unas con las otras.
Es indispensable que conozcáis el perfil biográfico de los protagonistas, las motivaciones que las originaron, así como los lugares y la época de su desarrollo.
Creo oportuno comenzar por el sujeto que esto narra.
         Corría el año 1.944, época en la que yo, Manuel Serrano Valbuena, hijo de Don Honorato y Doña Lucinia, vivía en Almanza, provincia de León, en el cálido y placentero hogar de mis padres, juntamente con mis numerosos hermanos de diversas edades y sexo.
Yo era el mayor, contaba con 21 años de edad.
Mi entrañable padre era Maestro Nacional, e impartía la docencia en esta Villa.
Además de ser mi padre, era mi maestro, confidente y mentor, y en esta larga etapa, siempre a su vera, fui adquiriendo conocimientos diversos, adhiriéndose en mí, todos aquellos valores innatos en mi progenitor; al igual que se adhiere la hiedra abrazándose al roble, me iban calando, inoculándome la sabia plena y vigorosa de mi mentor, repleta de moralidad, ecuanimidad, valores éticos y morales, y aunque el fruto del árbol, por bueno y exquisito que sea, sus raíces nada piden y exigen por ello, más yo retorciendo este argumento, me siento obligado, por imperativo de lo que forma mi ser, día tras día, dar las gracias a mi bueno y entrañable padre, logrando con ello una satisfacción inenarrable que su placidez me sublima.
         El discurrir de aquella época, la posguerra civil española, en la que la carencia de lo material para la subsistencia son imprescindibles, todas estaban intervenidas y sujetas a un mezquino reparto a través de unas cartillas de racionamiento, incluido hasta el tabaco.
         Como joven reflexivo me percataba de la angustiosa situación, que en nuestro hogar, como en los demás, se había instalado.
En mi impaciente espera a que se convocaran oposiciones en la Justicia, para adecuadamente prepararlas y en ellas participar, todos los días laborables me llegaba a la secretaría del ayuntamiento y ojeaba el B.O.E, y en especial lo concerniente al Ministerio de Justicia y a la Presidencia del Gobierno.
En el B.O.E. de fecha 21 de Marzo de 1.944, en sus páginas 2.346 y 2.347, aparece insertado el Decreto de la Presidencia del Gobierno de fecha 2 de Marzo de 1.944, por el que se crea el Documento Nacional de Identidad (D.N.I). Su preámbulo decía así:  “ El Artículo 8 de la Ley 19-1-1.943, al preceptuar que la Presidencia del Gobierno dictara las disposiciones pertinentes a sustituir la Cédula Personal como documento de identificación plena, ya en el campo del Derecho Positivo, la necesidad de largo tiempo sentida, de acometer definitivamente, la creación de dicho documento, con carácter nacional y eficiencia plena en la acreditación indubitada de la personalidad individual.”.
Para ello se atribuye la expedición y distribución del documento a la Dirección General de Seguridad como Organismo del Estado.
         Para que el Documento Nacional de Identidad del que se trata, adquiriera el realce preciso, al objeto de llenar su importante misión, han de otorgársele características de obligatoriedad y exclusividad, y disfrutar de la protección penal y gubernativa necesarias.
En tal virtud y de acuerdo con el Consejo de Ministros, se disponen a través de 10 artículos, en los que se van desgranando, cómo, cuándo y en qué forma se va a llevar a cabo su obligatoriedad, su formato, y sus características.
Los mayores de 16 años residentes en España, tendrán la obligación de adquirir dicho Documento exigiéndose rigurosamente. La duración sería de 5 años a partir de la fecha de expedición. Este Decreto se da en Madrid el 2 de Marzo de 1.944, firmado por Francisco Franco.
         Impuesto del total contenido del documento referenciado, se agolpa en mi mente, la idea de que todas las personas, mayores de 16 años forzosamente tenían que, hacerse fotografías del tamaño y formato que la Normativa imponía, brindándoseme la oportunidad de explotar este negocio con una inversión económica modesta, cual era la adquisición de una buena máquina fotográfica.
El 16 de febrero de 1.944 contrae matrimonio mi hermana Pilar Serrano Valbuena con Pedro Santiago Barrio. A su regreso de la luna de miel, transmito a mi hermano político esta oportunidad que se nos brindaba, la hace suya, la toma en consideración y comenzamos ambos a planificar su ejecución.
Este evento, me refiero al matrimonio al que acabo de hacer referencia, a pesar de la época de penurias se logró resultara rumboso.
En el sorteo de la Lotería Nacional de 22 de Diciembre de 1.943 fui agraciado con el Segundo Premio del número 105 con la cantidad de 7.500 pesetas. Ello permitió sufragar todos los gastos inherentes a la celebración del matrimonio.
Se adquirió y sacrificó una hermosa ternera lechal; Se buscaron varias cocineras, que en aquellos tiempos abundaban en Almanza. Unas se dedicaron a amasar pan con harina de trigo candeal, que era blanca y fina, cociéndolo en el horno que tenían en las horneras, caldeándolo con leña de roble; otras faenaban con huevos frescos de pitas de corral, aprovechando una vez sacado el pan cocido, aún caldeado el horno para introducir aquellas hermosas roscas de azúcar, mantecadas y sequillos, amén de mazapanes, hasta que todo aquello se dorara, las sacaban del horno, colocándolas sobre la amplia masera, a fin de que se enfriaran, metiéndolas luego en varios cestos de mimbre. El vino y licores eran de solera, habían permanecido varios años bajo el mostrador del bar.
El local utilizado para el banquete fue la cafetería regentada por José, el hermano del novio. Se colocaron aquellas mesas rectangulares, de mármol blanco sobre unas fornidas patas negras de hierro fundido, en hileras simétricas, y sobre ellas unos manteles bordados con sus servilletas a juego que aportaron las familias que las poseían. Como el frío era intenso, se colocaron tres estufas de hierro fundido que eran muy coquetas, introduciendo en ellas trozos de roble que lograron caldear adecuadamente el local. Para adornar, unas guirnaldas serpenteantes de variados e intensos colores sobre la techumbre del local, y toda esta conjunción producía una sensación de placidez.
La ceremonia religiosa tuvo lugar en el templo parroquial de Santa Marina, patrona de Almanza. El altar mayor lucía los mejores manteles, los hermosos candelabros y el oficiante la casulla más lujosa. En el coro las jóvenes cantoras ayudadas con el armonio que tocaba Engracia, lo hicieron magistralmente.
Bendijo esta unión mi tío, el ilustrísimo y reverendísimo Antolín Gutiérrez Cuñado, a la sazón Vicario General de la Diócesis de Coria (Cáceres), Miembro de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), periodista y orador sagrado, que su homilía fue bella, emotiva, enjundiosa e insuperable.
Contratamos los dulzaineros “Hermanos Cañonín” de Villahibiera, quienes durante el trayecto al templo y su retorno al banquete lo amenizaron, y en el momento de cortar la tarta nupcial hicieron vibrar aquel caldeado ambiente, y mi querida madre en una pausa de los dulzaineros, con un tono garboso y arrogante, se puso en pie y con voz alta dijo “Vivan los Serranos”, frase ésta muy aplaudida y que ha perdurado a través de los tiempos.
Finada la ceremonia, en los porticados soportales de la triangular plaza, el baile. Comenzó tímidamente a nevar. A través de la galería de la cafetería recuerdo que contemplaba el discurrir de las aguas de la presa del molino, las ganseras con chopos y álamos centenarios, y aquellos blancos y pequeños copos de nieve que el viento arremolinaba retardando su llegada al suelo. Entremezcladas con los copos de nieves caían esas espundias, que eran hielo y laceraban los rostros cuando sobre ellos caían.
         No sólo se sufrago todo cuanto os he contado, sino también los trajes de Tamburini y abrigos que mi padre y yo nos hicimos en la Sastrería de Hermógenes Sendino, en León. Como cosa anecdótica diré que yo compré unos zapatos de un rojo teja que era lo más novedoso de aquella entrañable época que me hacían un daño atroz.
Es llegado el momento en que conozcáis el personaje más importante de estas historias.
Pedro Santiago Barrio nació en Almanza, Provincia de León, el 7 de Septiembre, a las 8 de la mañana del año 1.916, hijo de Manuel Santiago Rodríguez y Teresa Barrio Bernardo, ambos nativos de Muelas de los caballeros (Zamora).
Sus progenitores llegaron a Almanza y en ella establecieron su morada, edificando una amplia vivienda, estableciendo en el bajo un negocio de tejidos, paquetería y cuantos artículos se vendían en aquella época, a la que pusieron por nombre, “La Confianza”. En la parte superior la vivienda, y en la fachada que mira al mediodía una amplia galería acristalada, y en la fachada, mirando al norte, una azotea abierta, que este verano pasado repleta de geranios y petunias de variados e intensos colores, que trepaban sobre las columnas constituyendo un verdadero vergel,  era un gozo contemplarla.
Fallecidos sus padres continuaron regentando el negocio Vila y su hermano Pedro, pero llegó el momento de la distribución de su herencia, adjudicando a Vila la casa con el negocio.
Por consiguiente, Pedro en un amplio local situado en la zona más comercial  dentro de los soportales, montó otro comercio, de mercería, paquetería, droguería, etc., con dos escaparates y en medio la puerta de acceso. A este sujeto se le conocía con el nombre de Perico.
Colocando un amplio rótulo que ocupaba la mayor parte del local en el que con letras mayúsculas de gran tamaño decía “CASA PERICO”. Y un grupito de personas entre las que yo me encontraba, contemplábamos el mismo, y haciendo acto de presencia Don Florían Pariente, médico, persona socarrona y chistosa, mira y remira al rótulo, acomodaba su gorra, y en tono irónico dice: “¿y ahora casa Perico en vez de Don Gabriel el párroco?”; esta expresión logró que nos riéramos todos a mandíbula batiente. Volvemos la cabeza mirando a la plaza y por allí pasaba Pedrón, hombre bruto a carta cabal, montado sobre un asno garañón, de gran alzada, el que correctamente nos dio las buenas tardes sobre manera porque allí se encontraba el médico, y éste, le contesta diciéndole: “Eres un quebrado impropio”; prosigue su camino y se topa con mi padre, que era el maestro, detiene el burro y le pregunta: “¿qué es quebrado impropio?”; contestándole que era mayor el numerador que el denominador, o sea que eres más burro tú que en el que vas montado. Perico era un personaje atípico, no pensó en serio jamás. Era buena persona, muy trabajadora, lento, pausado, sabía y hacía de todo. En la tienda lograba convencer al cliente. Uno de los días presencié que un aldeano de Canalejas entró pidiendo unas zapatillas, le mostró varias para que eligiera, las probó y el pie no cabía en ellas, trataba de convencerle que cuando llegara  a casa las calzara, paseara por la cocina, y así, se daban de sí, sin embargo el paisano insiste en que le dé un número mayor, las introdujo en la caja, y se va hacia el altillo, y como no tenía ese número, volvió con las mismas, las pagó y se fue.  Estas faenas las repetía con demasiada frecuencia, era una magullería.
Perico tenía una estatura normal, tirando a bajo, enjuto. Su físico distanciado de la perfección, disimulándolo con trajes a medida, con paño Tamburini, y confeccionados en la Sastrería “Casa Ciriaco”, que era la mejor de León, donde se vestía el Gobernador Civil, camisas hechas a medida, y con sus iníciales bordadas, zapatos de cuero negro y blanco, muy novedosos. La nariz de Perico era ligeramente aguileña, y lucía un simpático bigotito que nacía al final de las fosas nasales, bifurcándose hacia izquierda y derecha sobre el labio superior, finalizando poco antes de llegar a la comisura de sus labios, bien perfilado que agraciaba su rostro. Los domingos y festivos se peinaba con fijador y se perfumaba con colonia masculina que le regalaban los viajantes, era un verdadero Dandy!
Yo, diez años menor que Perico y pese a ello éramos buenos amigos, en los ratos de asueto  me llegaba a un local próximo a mi casa, en el que él tenía un taller de bicicletas, y era una gozada verle enderezar las llantas, templando los radios, con una llave apropiada. Cambiaba pedales, manillares, frenos, sillines, timbre, y vendía bicicletas marca “Orbea”, cuya fábrica se había establecido en Vitoria. Anteriormente no había bicicletas españolas, por lo que se importaban de Francia dos marcas: “Arelia” y “Fidelia”; de las que teníamos una en mi casa.
La bicicleta era un medio eficaz para desplazarse con relativa facilidad. Uno de esos días en ese taller, como conocía mis caprichos, me insinúa que va a encargar a la fábrica Orbea, que era la única que había en España, un cuadro con las barras todas curvas en vez de rectas, con un guardabarros amplio con una bonita forma y cromado, y así se hizo. Cuando llegó la desembalamos, toma unas herramientas y me manda que le acompañe a un portalón tras la casa de su hermano Paco, en donde descansaba una furgoneta ranchera, en desuso, que habían utilizado para la venta ambulante de tejidos. Con su bien probada habilidad, pausadamente, que era su método de trabajo, extrae el volante que era pequeño, de hueso, todo el precioso, y me lo coloca en la bicicleta que habíamos pedido. Adapta a él los frenos, coloca una bocina, unos pedales con reposapiés, un sillín de cuero muy cómodo, un portabultos de acero cromado, también la dinamo para la luz, y en el guardabarros trasero un rosetón fluorescente. La catalina y el piñón para cambiar las marchas, y la carcasa de protección en color distinto al cuadro. Imaginaros, en mi pubertad, aquella extraordinaria y bella bicicleta, de la que presumía en las romerías, más que hoy con un Mercedes de alta gama.
Menester se hace añadir cómo era y actuaba, para luego adentrarme en las historias del enunciado de este relato.
Perico y yo acudíamos a las villas para participar en las carreras de cintas en bicicleta. Yo llevaba, como es lógico, la Orbea que acabo de describir. Perico empleaba una bicicleta hermosa de carrera. Ambos habíamos logrado popularidad en este evento, pues nos llevábamos la mayoría de las cintas, que tan primorosamente habían bordado o pintado las féminas.
El día de la Asunción nos fuimos a Puente Almuhey para tomar parte en este evento, nos apuntamos en una lista que con ella iban llamando a los participantes. Tenían colocados tres largueros símil de las porterías de futbol. A ambos lados un gentío inmenso que gozaba con este espectáculo, para guardar el orden, una pareja de la benemérita, con sus tricornios acharolados, y muchos mozalbetes sostenían las escuadras verticales. Todos con sus bicicletas, distantes como unos trescientos o cuatrocientos metros, y leen el primer nombre, y sale raudo sin lograr ninguna argolla, y así, otro y otro, y luego yo, que muy nervioso paso montado en mi bicicleta, y a gran velocidad, logrando introducir el puntero de madera en forma de lapicero en la argolla, y tras ella una cinta que la velocidad la ondulaba como si fuera una cometa, marcada con un número correspondiente a una determinada cinta.
Los participantes constituíamos un importante grupo, disciplinado, y cumplidores de las normas que los organizadores habían establecido, entre otras, la que estipulaba que había que hacer el recorrido velozmente, y consecuentemente era harto difícil introducir en las argollas, que eran iguales, de tamaño más bien pequeño, el puntero. En cada pasada, alguno o varios lograban arrancar alguna argolla.
A Perico, que era bien conocido y les constaba que era el más habilidoso, por tanto el que más cintas cogía; para evitarlo habían colocado a unos mozalbetes sujetando los dos largueros verticales, dándoles instrucciones a fin de que cuando Perico llegara, los movieran bruscamente a ambos lados haciendo imposible su éxito.
Se percata de ello, sin decir ni mus, cuando llega su turno, cambia el piñón de la bicicleta para adquirir una gran velocidad, y al cruzar el larguero levanta las dos manos agarrándose a él; la bicicleta sin ciclista, impulsando por la velocidad, se estrella contra las gentes allí apiñadas, y Perico colgado del larguero, lo derriba y volando sobre las personas allí reunidas; la Guardia Civil también es derribada, los tricornios volando, convirtiendo el evento en algo inaudito; hubo que curar heridas, hematomas, cortaduras, a varias personas, entre ellas a Perico.
En la farmacia se convirtió en botiquín, donde se desinfectaban las heridas con mercromina, colocando tiritas en planos diferentes que se asemejaban a un payaso. Perico, renqueante en su caminar, evito que lo lincharan, pues el argumentaba que la bicicleta se le fue; mentía como un bellaco.
         Finiquitó este evento, y consecuentemente muchas cintas quedaron sin adjudicación. Las jóvenes donantes de ellas estaban situadas en un lugar estratégico, todas vestidas de fiesta, sentaditas delante de una extensa mesa, y sobre ella un tapete y un ramo de flores. Sobre el tapete, extendidas todas las cintas para lucirlas, con sus respectivos números al lado de ellas. El zipizape que originó Perico motivó el total desconcierto de los organizadores. Mientras a Perico y muchos otros eran trasladados a la botica para curarles, yo que había cogido una cinta, me llegué a recogerla, topándome allí con unas lindas jóvenes que buscaron el número que me correspondía; una de ellas se pone en pié y prorrumpe con un grito: “¿Es la mía?”; Al ver a esta joven, esbelta, morenita, muy bella y elegante, que me miraba con unos ojazos, que reverberaban un brillo intenso, símil de dos diamantes bruñidos, su faz muy agraciada, una abundante cabellera negra, artísticamente peinada, unos labios sensuales, una voz melodiosa. A ella con corrección me dirijo, mostrándome con orgullo la cinta, que era de seda, bordada con hilo de oro. La interpelo, me siento obnubilado, desciendo de la nube a la realidad, y la digo que era preciosa, pero que aún más lo era ella, sonriéndome tímidamente; Enrolla la cinta, la introduce en una bolsita de plástico transparente.
Todo ello lo realiza con mesura, con aquellas bonitas manos, en las que lucía una sortija con una amatista, preguntándome que cómo me llamaba y de dónde era, lo que me hizo presagiar que yo no la había pasado desapercibido.
Ambos estábamos en la pubertad, a saber esa fase preadolescente, seguimos conversando, y sinceramente  me había privado. Le pregunto que si la agradaba cuando al declinar de la tarde se celebraba el baile al aire libre, podíamos vernos para bailar o pasear. Reflexionó un instante, me sonríe tímidamente, me hace entrega de la cinta, me alarga su manita, al igual lo hago yo, y me acepta mi proposición con una abierta sonrisa. ¡Todo era tan bonito… qué edad y tiempos aquellos!
Llego a mi hogar, y ufano muestro a mi madre y hermanos la cinta, y un tanto acomplejadas reaccionan diciéndome que la done a Santa Marina, Patrona de Almanza, como así lo hago, a la que le fue colocada junto a la palma del martirio, luciéndose allí varios años.
Busco a Perico, cuya estampa era patética, hablo con él, interrogándole que si podía conducir la bicicleta, esta no sufrió ningún daño, ya que contra lo que arremetió eran seres humanos. Iniciamos el viaje de retorno a Almanza, distante 15 kilómetros, y yo indignado le abronco, afeándole su conducta, pero ni se inmutaba.
Cuando entramos en Almanza, que era día festivo, se asustaban, interpelándole que qué le había ocurrido, y a todos contestaba que él había cogido en la tienda dos cajas de tiritas, que para asustar a los de Puente Almuhey se las había colocado en desaire, y con mercromina se había tintado el rostro y las manos; y, todos le contestaban con sonrisas. Yo, silente, me hacía cómplice, pero no me cabía otra opción.
     Ahora que tenéis un exhaustivo conocimiento de este sujeto voy a retomar al enunciado de este relato.
     Mi padre entregó a Perico quinientas pesetas que habían sobrado de la Lotería, después de sufragar todos los gastos de su boda, con el fin de que se vaya a León y adquiera una máquina fotográfica. Perico se vistió como un Dandy, tomó el coche de línea de la empresa “Martiniano Fernández”, que hacía el recorrido Prioro-León y viceversa, llegándose a “Foto-exacta” que se situaba bajo aquellos porticados arcos, frente y mirando a la pulcra leonina; era el estudio fotográfico más completo de la ciudad. El propietario que le regentaba, D. Manuel, le mostró varios modelos de máquinas fotográficas, aconsejándole que la que mejor se acomodaba al destino que se la iba a dar, era una Leica, y ésta compró, junto a la que le regalaron una docena de carretes cada uno con 28 fotografías. Le instruyó en su manejo a fin de extraer de ella todo aquello que se podía lograr.
Perico retorna a casa, en dónde le esperamos mi padre y yo impacientes, para ver la máquina que había adquirido. Todos abstraídos, contemplamos la máquina, que era bella en su formato, y a medida que Perico nos manifestaba que con un carrete se podían lograr 28 fotografías permitiendo el diafragma  hacer fotos cuando la luz era escasa, etc., mostramos nuestra complacencia.
En mi mente había pergeñado el modo y la forma en que de inmediato íbamos a ejercer este anhelante proyecto. Transmito a Perico la idea de que podíamos integrar en el  tercer eslabón de este trío a mi primo, Santos Valbuena Villamandos, nacido en Almanza el 28 de Febrero de 1928, por tanto, cuatro años más joven que yo. Como he venido haciendo con los dos sujetos anteriores, voy por medio de unas breves pinceladas, a presentaros las características de este tercer sujeto.
Santos había cursado en el Colegio de los Padres Pasionistas en Bilbao, vivía en compañía de sus padres y hermanos, que explotaban el molino harinero de Almanza, y consecuentemente no se veían privados de nada, pues además mi tía Pepa era una gran modista, por tanto sabía y hacía múltiples y variadas prendas, con lo que reportaba unos pingües ingresos que lograban mantener la nutrida familia, sin privación alguna. Santos y yo, además de primos, éramos amigos, confidentes, y entre ambos jamás existió ninguna disidencia. Era agudo e inteligente, bajo de estatura, un poco regordete, su rostro agraciado, un poco socarrón, que sabía y contaba chistes gesticulando hábilmente con lo que lograba arrancar las risas de los que le escuchaban.
Era una época en la que Santos y yo permanecíamos impacientes, en espera de lograr él un trabajo en ENSIDESA, y yo  una plaza en la Justicia, y ambos exitosamente lo logramos. De lo hasta aquí narrado, os habréis percatado de que quién concibió y ejecutó este negocio fue evidentemente quien ahora está haciendo esta exposición.
Había pergeñado previamente el modo y la forma de llevarlo a cabo; pretendía, para evitar que un fotógrafo de Sahagún, con estudio en esta localidad, por ende fotógrafo nato, pudiera llegarse por el norte hasta Cea. Establezco de Almanza hacia el sur, en forma de abanico, comenzar por Castromudarra, Villaverde, Arcayos, Villamartín de don Sancho, Santamar del Río, y Cea, para de inmediato pasar a Mozos, Valdavida, Renedo de Valderaduey, y otros pueblos circundantes, y sin pausa ascender hacia el norte en donde no teníamos competidores, hasta llegar a las proximidades de Cistierna, a Puente Almuhey, el Valle del río Tuejar, y por el río Cea hasta su nacimiento en Prioro.
Este itinerario fue cumplido escrupulosamente, logrando con ello un exitoso negocio, sin interferencias ni obstáculos externos.       
Empezamos por Castromudarra, pueblecito que se separa de Almanza 5 kilómetros. Los tres eslabones de este trío, cada uno en su bicicleta, a las que previamente habíamos pasado revista, vestidos con abrigo, pasamontañas y guantes, dado que el frío era intenso, y el gélido viento azotaba con crueldad.
Llegamos a este pueblecito, colocamos las bicicletas contra una pared de adobes, y en aquella plazoleta con el suelo de barro, en medio una diminuta espadaña, con una también diminuta campana, en su única tronera, y atada al badajo una cadena metálica que no llegaba al suelo, sino como a unos dos metros de éste, para evitar que los niños y mozalbetes pudieran tocarla. Alguno de nosotros tiró de la cadena, columpiando al badajo contra la campana, a la que se hizo sonar varias veces, cuyo eco se expandía dentro del reducido casco urbano, y de inmediato empiezan a rechinar los goznes de los portones, asomándose las gentes para enterarse de lo que ocurría. Este medio de comunicación era el usual y el eficiente.
Las personas que con timidez asomaban para percatarse de lo que acontecía, al conocernos, con paso perezoso, se iban acercando a nosotros. En corrillo, en nuestro derredor, les íbamos exponiendo con clarividencia el contenido constreñido del Decreto que creaba el DNI (Documento Nacional de Identidad), y la exigente obligatoriedad para todas aquellas personas, de ambos sexos que hubieran cumplido dieciséis años.
Yo, persona intuitiva, les exhibía y leía el Boletín Oficial del Estado, y percatados de ello, dando un paso más, se les hace saber que para obtener este indubitado documento, se exigían dos fotografías tamaño carnet y formato que la normativa imponía; por consiguiente, les brindábamos la oportunidad de ya proceder a fotografiarlos.
En tanto que aquellas candorosas gentes se afeitaban, se lavaban y se vestían de fiesta, Perico y Santos colocaban un pedazo de aquel lienzo fuerte, color hueso, de dos por uno y medio metros, clavándolo sobre la pared de adobe con unos clavos de madera afilada. Luego Perico, al que habíamos convertido en un improvisado fotógrafo, a pasadas, desde la pared, como a dos y medio metros, marcaba con el zapato una huella sobre la tierra, y además para mayor garantía, buscaba y colocaba un canto rodado de buen tamaño.
Yo llevaba un blog grande cuadriculado, para en él ir anotando los nombres y apellidos de las personas que se iban fotografiando. Lo hacía con un lapicero de marca “Made in Germany” Nº  2, llevando otro de repuesto por si se rompía la punta o acontecía un posible extravío. No se conocían los bolígrafos, que tardaron en aparecer en el mercado más de tres lustros.
De mí pasaban a Santos que era el recaudador, quien les cobraba el importe de la foto. De inmediato pasaban a manos de Perico, quien les mandaba aproximarse al improvisado frontispicio, colocándoles de espaldas sobre el lienzo, les mandaba descubrirse el rostro, pues llevaban boinas o sombreros, les indicaba que se pusieran erguidos, levantaran la barbilla, e inclinaran la faz hacia un lado para verse el pabellón de una oreja.
Perico llevaba la Leica, colgada sobre su cuello, la tomada de sus manos, abría el diafragma para regular la luz, por la mirilla veía al sujeto, al que anunciaba que iba a disparar, para que no estuviera terso, y sonriera, y logrado esto disparaba. Y así, uno tras otro hasta completar el carrete de 28 fotos. Llegándose a una patatera que unos vecinos tenían bajo la escalera, que era lúgubre, y así se evitaba que no se velaran las fotos, me lo entregaba a mí, y los iba guardando en el bolsillo del abrigo.
Algunas féminas, jóvenes y lozanas, era una gozada contemplarlas, ya que se pintaban un poquito los labios y se blanqueaban con Visnú. Las mujeres, lavaditas y peinadas por sus hijas, vestidas con ropa de fiesta, perfumadas, y algunas portando en las manos un paño bordado en donde habían colocado las arras de su boda. A fin de no herir su sensibilidad se hacían las fotos con él, pero sin que saliera en ella, pues la invalidaría ya que sólo tenía que aparecer el busto.
Permanecimos allí todo el día, comiendo un raquítico bocadillo. Algunos tras fotografiarse, se cambiaban de ropa, y se iban al campo para cuidar el rebaño, a fin de que el pastor se llegara a casa, se afeitara, lavara, e hiciera la foto.
El comienzo no pudo ser más exitoso, habíamos logrado fotografiar a todo el pueblo. Nos despedimos de aquellas gentes, no sin antes advertirlas que volveríamos transcurridos unos días a entregarles las fotos, y regresamos a Almanza.
Yo, confortado con una caliente comida, también me afeito y me visto de domingo. Me monto en mi bicicleta, tomo la carretera, llegándome a la estación del Valle de las Casas,  distante 16 kilómetros. El jefe de estación, muy conocido y amigo, me guardó la bicicleta en el almacén de la estación; saco el billete, y tomo el tren de vía estrecha que hacía el recorrido de Bilbao-La Robla, pasando por León en donde me apeaba; ya había anochecido, me apee, y deprisa me llegué al estudio “Foto-Exacta”, que se encontraba cerrado, pero teníamos una contraseña, y Don Manuel subió la persiana, subió la persiana, y me adentré en el local, le entregué los carretes para a la mañana siguiente recoger las fotos, a fin de coger el tren, que desde La Robla iba a Bilbao, para apearme en el Valle de las Casas, y tomar la bicicleta  con destino Almanza. Cenaba en León, en la Plaza del Cuartel del Cid, en un establecimiento llamado “El Forno”, tomando una cazuela de Pereluela, de unos callos y morros riquísimos, que con el apetito que tenía les degustaba con placidez, mojando pan bregado. Sin dilación me fui a una pensión seria cuya dueña me ponía el despertador para madrugar.
A la mañana siguiente, me llego a “Foto-Exacta” me abre la persiana Don Manuel y me da las fotos, insinuándome que no servía ninguna, porque a todas las había cortado la cabeza por el medio de la frente. La sorpresa fue tan desagradable que monté en el tren, compruebo las fotos, y en efecto no servían más que para tirarlas a la basura.
Me indigno, pero con el traqueteo de aquellos vagones de madera, y la lenta marcha del tren, medito, reflexiono, y busco soluciones; todo el esfuerzo había resultado baldío!
Me esperaban anhelantes Perico y Santos. Solos los tres les narro lo ocurrido, y el autor de este desaguisado ni se inmuta, lo que exaspera mi ánimo, irrumpe Santos, persona repleta de sentido común, abronca a Perico, llamándole de todo menos guapo, gesticulando violentamente, dado que este lamentable sucedido nos había desbaratado los planes, y el quebranto económico era importante.
Se fueron amainando los excitados nervios. Yo permanecía silente, e irrumpo en la conversación con la exclusiva finalidad de pedirles que no contaran absolutamente a nadie lo acontecido, porque si ésto se hacía público el negocio se iba al garete, y ya nadie nos iba a hacer una fotografía.
Cumpliendo el formato por mí planificado, nos fuimos a Villaverde, localidad distante de Almanza 6 kilómetros, en donde había Ayuntamiento, Juzgado y Parroquia, con una amplia población. Aquí las formas se asemejaban en casi todo a las del anterior día en Castromudarra, pero abrumados nos imaginábamos que Perico, al que improvisamos como fotógrafo, nos causara algún desatino, al que machaconamente advertía, de vez en cuando, que pusiera los cinco sentidos en el arte incipiente, para no tropezar en el mismo error.
Luego nos llegamos a Arcayos, muy próximo al anterior, y ya con abundantes carretes de 28 fotos cada uno, me llego al Valle de las Casas, a León, al estudio de “Foto-Exacta”, entregándole los carretes, y de madrugada, con la respiración entrecortada me llego a recoger las fotos. Don Manuel me dice que todas habían salido bien, las pago, las recojo, y retorno a Almanza tomando el único y forzoso itinerario. Volvía a sonreírnos esta anhelante etapa. Y así, día tras día, fuimos fotografiando a cientos de personas, en todos y cada uno de los pueblos, situados en la rivera del Cea, hasta incluir esta última localidad.
Sin desmayo, con la fortaleza e ilusión que nuestra juventud nos brindaba, nos trasladamos a los pueblos de la margen izquierda del Cea, Mozos, Valdavida, etc.,  para seguidamente llegarnos al Valle de Valderaduey. En Renedo de Valderaduey asentamos nuestro cuartel general, donde pernoctábamos, desplazándonos a los pueblos circundantes, ya que Almanza distaba bastante.
Íbamos ejecutando nuestro plan sin intromisiones ni enemigos externos, tal y como habíamos planificado, lográndolo exitosamente. En este último pueblo, ya éramos amigos de todos, pues a los atardeceres en que la luz no permitía seguir fotografiando, retornábamos a él.
Había en la amplia plaza del pueblo una tienda de ultramarinos, que ocupaba parte del local, y el resto a chigre, con un largo mostrador, varias mesas donde las gentes jugaban a la brisca, al mus, etc. Como nos sentíamos cansados y agobiados por el intenso trajín diario pues allí nos sentábamos, mandábamos nos pusieran un plato repleto de aceitunas, grandes, hermosas, que con un cuenco de madera las extraían de un barril; una hogaza de pan bregado blanquísimo, un porrón de vino de “Gusendo de los Oteros”, y sosegadamente lo íbamos engullendo. Los aldeanos se acercaban a nosotros, les invitábamos a un vino, y con ellos charlábamos animadamente. Perico les contaba chiste tras chiste, les ofrecía un pitillo, y cada día de los que allí permanecimos, acudía más gente al chigre, puesto que sin duda sus vidas eran monótonas, necesitaban cambiar de tercio, pues ni había televisión, ni prensa, ni nada.
Perico lograba concitar en su derredor a numerosos aldeanos. Le escuchaban con avidez y con la respiración entrecortada, degustando el vasito de vino y alguna otra aceituna que picaban. Les contaba con parsimonia, que en un pueblo llamado San Pedro Cansoles, del cual los escuchantes apenas habían oído hablar de él, vivía un matrimonio bien acomodado que carecía de hijos; él se llamaba Jacobo y ella Prócula, que vivían en una casa muy buena en el centro o plaza del pueblo, tenían una hermosa alazana de raza árabe, con una estrella blanca sobre su frente.
La señora Prócula era querida y respetada en la localidad. Las mujeres no obstante denotaban un atisbo de envidia, porque era lucida, con cierto pos de elegancia, guapetona, y de armas tomar.
Jacobo, su buen esposo, la conocía perfectamente, y le constaba fehacientemente que siempre, y en todo momento, a pesar de que el cariño y el amor entre ambos era intenso, si Jacobo quería lograr alguna cosa, ella instintivamente decía lo contrario. Como a él le gustaba ir a los mercados, haciéndolo sobre la alazana,  bautizada “Morica”, Jacobo si quería ir a Almanza la decía, Prócula, porqué no nos llegamos al mercado a Puente Almuhey, y sin pensarlo le contestaba con un no rotundo, añadiendo que irían a Almanza, no obstante él insistía en ir a Puente Almuhey, pero añadía que no obstante como ella insistía irían a Almanza para no disgustarla. Sacan de la cuadra a la Morica, la lavan y la peina, y en tanto en el corral se secaba ellos se vestían de fiesta, la ensillaban, cerraban el portalón y a caminar.
En el camino Jacobo y Prócula tenían que atravesar un río, y lo hacían en un lugar en el que la profundidad se lo permitía, caminando dentro del agua sobre un peñascal de canto rodado. Como a la Morica la habían calzado con unas nuevas y hermosas herraduras, resbaló, dando unos traspiés y un brusco quiebro, que logró apear a Prócula, cayendo sobre la corriente y siendo por ella arrastrada. Jacobo, atolondrado vocifera pidiendo auxilio, y los labriegos y pastores corren hacia el río, a los cuales les cuenta que la yegua había tirado sobre el río a Prócula, y todos instintivamente van en su busca corriente a bajo. Jacobo les dice, no la busquéis para abajo, ya que la interfecta Prócula, era consustancial en ella llevar la contraria, y consecuentemente nadar contra corriente, y en efecto así lo hacen, y la hallan acurrucada en un pequeño meandro del río asida a un sauce a fin de que la corriente no la arrastrara. Los que intervinieron en el rescate dieron la razón a Jacobo por la observación que les había hecho. Y aquellos fornidos campesinos toman en sus brazos a Prócula y la sacan del río tendiéndola sobre la verde marne. La hacen la respiración boca a boca, va recobrando el conocimiento, su palidez deja paso a su sonrosadito rostro y comienza animadamente a charlar. Era una patética estampa ver a aquella señora con sus ropas empapadas en agua, los cabellos desmelenados, y aquél refajo que vestía, bordado con amplio vuelo que con él taparon sus partes púbicas, montándola en la alazana, y con su marido retornaron a su casa.
Las gentes se reían unas, y las más se enternecían, flotando en el ambiente un hálito de amargura. Sin duda alguna, Perico había logrado que estos aldeanos, candorosos y buenos, al regresar a sus respectivos hogares contaran a sus esposas e hijos este sucedido como algo sensacional. Ignoro, pero intuyo, que a aquellas tiernas esposas los ojos se les humedecerían. Preguntamos a los que estaban junto a nosotros en el chigre, si habría algún hogar que nos diera de cenar y camas para dormir, a lo que uno responde espontáneamente que si a su mujer le agradaba podría darnos hospedaje. Corrió a su casa participándoselo a su esposa, retornando al chigre con un rostro que denotaba satisfacción interior, diciéndonos que podíamos quedarnos en su casa.
Era un matrimonio bien avenido, sin familia, con una amplia casa.  La encantadora mujer nos hizo unas sopas de ajo, una tortilla con jamón abundante, y queso de oveja, riquísimo, para postre. Luego nos subió al primer piso,  en un amplio descanso, donde tenía colgado sobre unas escarpias un cerdo de 18 o 20 arrobas, con la cabeza para abajo y abierto en canal, estampa que imponía. Estaba tieso para el día siguiente estazarlo. A un lado se encontraba una habitación de dos camas donde dormirían Perico y Santos, al opuesto, otra habitación para mí.
Cuando ya estábamos desvestidos me llego en calzoncillos a la habitación de Perico y Santos, diciéndoles que yo no dormía allí porque todo el corredor de habitaciones estaban repletas de geranios y que la clorofila nos podía asfixiar, y los tres en calzoncillos, sobre una mano un tiesto y con la otra sujetando los calzoncillos porque se deslizaban por la peslera hacia abajo, logramos trasladarlos a una terraza  Esta escena era patética y nos forzaba a reír! Luego dormimos como lirones, para por la mañana madrugar bastante con el fin de llegarnos a otro pueblo.
Ya vestidos, oigo un fuerte ruido en la habitación de Perico y Santos, corro y veo que el techo raso de la habitación se había desprendido totalmente, cayendo sobre las camas pero a ellos nada les había pasado. La dueña sube corriendo y dice que menos mal que no les había caído encima y que no les había pasado nada, repitiéndolo machaconamente. Intuís lo que aconteció? Perico y Santos, tumbados en la cama, mirando la techumbre, que era un falso techo raso de aquellos que se colocaban clavando sobre las vigas unos paneles de caña de bambú, y sobre ello daban la escayola, lo lucían con yeso blanco y quedaban preciosos. Pere éste ya se había resquebrajado, y deciden ponerse encima de las camas agarrándose a ello cada uno en una parte derribándolo. Era otra Pericada! A la hora de pedir la cuenta el matrimonio no quería cobrar nada y no hacían más que pedir perdón. En compensación, no les cobramos las fotos de carnet que les habíamos hecho.
Con ellos mis escrúpulos morales me acongojaban, porque con mi silencio me hacían copartícipe de aquél acto, sintiéndome obligado a evitar que cometiera Perico estas inconcebibles e incoherentes actitudes. Lo abroncaba, le llamaba de todo, pero él imperturbable no ceñía el gesto, no se lograba enfadarlo. En multitud de ocasiones impedí ejecutada sus Pericadas.
Habíamos visitado todos y cada uno  de los pueblos marcados en nuestra planificación, y en el chigre nos despedimos de todos, haciéndoles saber que una vez tuviéramos las fotos, retornaríamos a él para entregárselas. Dimos un quiebro de 90 grados. Primero los pueblos al norte de Almanza, Mondreganes, La Riba,                                           IGLESIA DE VILLAVELASCO                 Cebanico, Santa Olaja de la Acción, el Valle de las Casas, y Valmartino, todos ellos situados en la margen izquierda del río Cea sentido ascendente.      

PROCESION SANTA ANA - VILLAVELASCO


Veníamos ya repletos de conocimientos y soltura, ejerciendo nuestro proyecto con puntualidad y pulcritud, con tal empeño y colaboración que era insuperable mejorarlo.

A mí me resultaba más fácil y cómodo el viaje a León ya que tenía las estaciones del ferrocarril cerquita. Conocíamos a mucha gente, teníamos querencia a estas localidades, y con ahínco y tesón íbamos consumando esta anhelante e ilusionante etapa.




Desde esta margen izquierda del Cea dirección norte nos pasamos a la derecha, comenzando por Canalejas, Espinosa, Calaveras de Abajo y Calaveras de arriba, La Vega, Quintanilla, Carrizal y Puente Almhuey. Todos estos lugares eran para mí muy familiares. Espinosa, más bien una alquería, con diez vecinos y sus familiares, a ella nos fuimos, pues nuestra ecuanimidad no nos permitía discriminarles. Allí nos topamos con el tío Benito, de profesión pastor. Su cabeza plateada, su faz candorosa como la de un  ERMITA DE SAN ROQUE             niño, cuando le toca el turno de colocarse en aquel improvisado frontispicio, en vez de hacerlo mirando a la cámara lo hizo mirando a la pared, y con delicadeza le mandamos darse la vuelta para hacerse la foto.

Previamente, en días anteriores, había encargado a mi padre, que como iba con frecuencia a Cistierna, le comprara una fotografía, y mi padre le pregunta que a sus años para qué quería una ortografía, y lo que pretendía era que le comprara una fotografía, pues pensaba que las vendían en la librería.                                     FOTO AEREA DE ESPINOSA DE ALMANZA

No puedo obviar que en aquella época de la posguerra existían los maquis, que eran personas que huídas a los montes, vivían en rebeldía y oposición armada al sistema político establecido. No sólo en estos lares, sino en toda la península, eran en su mayoría desertores del ejército. Gente a más de su ideología, estaban entrenados en el manejo de las armas, por ende sus actos eran perversos y criminales. A ellos les constaba que si les cogían les fusilaban. Fueron un lastre de la posguerra, y su eliminación se prolongó varios años, por lo que las gentes vivían con temores e intranquilas. Nosotros faenábamos por todas estas zonas, en donde había constancia fehaciente de su existencia, dado que en Puente Almhuey en pleno día dos maquis penetraron en un bonito establecimiento de pañería denominado “Los Moráis”, regentado por un señor y un hijo mozalbete, joven fino culto, guapo y elegante, tras el mostrador lo asesinaron e ignoro si porque se negó a entregarles el dinero que le exigían o porque era insuficiente el que les daba; huyeron sin que nadie les hiciera frente.
Otro día, que había feria en Puente Almhuey, a uno de tantos feriantes que a ella habían acudido, un vecino de Calaveras de Abajo llamado el Señor Segundo, al regreso a su domicilio, montado a una hermosa alazana en la loma, varios maquis le esperaban, pero él al darle el alto, picó con las espuelas al animal saliendo velozmente, pero como tenían armas de alcance le asesinaron.
Yo conocía a este señor y a su esposa, y carecían de hijos, porque además era su hogar donde se hospedaba mi hermano mayor, José María, que a la sazón impartía la docencia en la escuela mixta de Calaveras de Arriba.  Como inciso diré que la carencia de maestros era notoria, dado que habían sido fusilados y depurados por ser republicanos. Franco dictó un decreto autorizando a los ayuntamientos para que buscaran personas bien preparadas, morales, y adictas al régimen, las cuales eran propuestas al Gobernador Civil y éstos daban el beneplácito. Obra en mi poder el nombramiento de mi hermano que contaba con 17 años.
Varios días al regresar de Puente Almhuey nos desviábamos un breve trecho a fin  de que en un chigre donde también tenían ultramarinos, encargado de la distribución de las cartillas de razonamiento, tomábamos algo, pasábamos un rato, pues al ser de noche acudían gentes, y en el desván dormían un grupo de maquis, lo que ignorábamos, pero a los pocos días se presentó un camión de la Guardia Civil con un mortero cargado sobre él para volar aquel edificio, pero algún chivatazo les había puesto en alerta y habían huido a algún otro escondrijo.  Tenían confidentes en muchos lugares, algunos fanáticos como ellos, novias, queridas, etc., ya que los arropaban dándoles cobijo. Dinero tenían en abundancia, vestían de paisanos, se disfrazaban para evitar su identificación.
Nosotros que regresábamos de noche, cargados con la recaudación de todo el día, o de varios días, nuestra ingenuidad era rayana con la ignorancia. En los lugares que nos imaginábamos más peligrosos, santos caminaba el primero, yo como unos 100 metros detrás, llevando el dinero, y el último Perico, con la escopeta calibre 12 dos cañones paralelos marca Víctor Sarasqueta, cargada con postas y cruzada con su bandolera. La Providencia sin duda velaba por nosotros, pues si nos hubieran, en cualquier lugar dado el alto, nos habrían asesinado a los tres.
En Puente Almhuey y aledaños, las gentes eran más instruidas, la economía más boyante, pues las minas de carbón allí existentes, daban trabajo a muchas personas. Concordamos elevar el precio a las fotografías. En esta localidad había de todo, pero una fonda familiar y encantadora, que regentaba una señora con sus hijas. El marido y padre era guarda forestal, y se llamaba Baldomero, que antes ejerció su cargo y vivió en Almanza. Era una gozada las veladas que en aquella amplia cocina pasábamos.
Cuando regresábamos de los pueblos de la ribera del Cea; Morgovejo y Prioro, en este último nace el río Cea. Estas dos localidades, muy nutridas, con una gran cantidad de sacerdotes, frailes y monjas. En Morgovejo había una prefactoría donde se preparaba adecuadamente a los jóvenes  para su posterior ingreso en el seminario diocesano. Varios han sido mártires pues fueron asesinados en Paracuellos del Jarama. De una tacada fusilaron a 51 agustinos, una buena parte de estas zonas tan piadosas y de religiosidad profunda. Nuestra labor se iba acercando a su fin.  
                                                                  MORGOVEJO
Nos quedaba visitar, el para mí entrañable valle del río Tuejar, del que he escrito un relato muy interesante. Comenzamos por el final, donde principia el valle, La Mata de Monteagudo, La Red, Las Muñecas, y Villaelmonte. En esta última localidad nos cogió una abundante nevada, sin que ello fuera óbice para realizar nuestro trabajo, no sin hartas dificultades, que impedían hacer las fotos, porque durante todo el día no cesó de nevar con unos gruesos y hermosos copos, en aquellas latitudes montañosas.
En un amplio portalón cubierto, pero donde la luz era intensa, y con la cámara Leica se regulaba el diafragma, allí retratamos a todas las personas que obligadas se veían a hacerlo. Perico llevaba colgada la escopeta, por si los maquis nos salían al encuentro. ¡Craso Error! Ya que si no hubiera sido nuestro Ángel Custodio nos habrían robado, y tal vez asesinado a los tres.  LA RED
Era la posguerra, y en esta localidad no nos daban de comer porque no tenían ni para ellos. A este valle se le conocía por el “Valle del Hambre”. Una señora nos vendió unos chorizos delgaditos como salchichas, bien curados, que sabían a rosquillas. Con el apetito que teníamos nos hinchamos de chorizo y pan, y el vino era rancio de Málaga, que algunos lo utilizaban como reconstituyente, y francamente lo era, pues con estos tres elementos, chorizo, pan, y vino rancio retozábamos de alegría, daba energía para aguantar estoicamente el gélido frío que nos invadía.
Nos encontrábamos comiendo en el portalón cuando unos mozalbetes allí se llegaron diciendo que una pareja de lobos diciendo que una pareja de lobos por allí merodeaba. Perico, con esa parsimonia en él innata, va en busca de la escopeta, la carga, y salimos fuera, y en efecto pudimos contemplar dos lobos hermosos, pero a una distancia en que la escopeta no tenía alcance, mas Perico intentó acercarse, pero ellos sin aspaviento nos miraban alejándose. Perico para que supieran que había infierno, los apunto y lanzó un tiro tras otro. Cabalgando sobre la nieve se ausentaron. Todos comentaban esta faena, transmitiéndola a los demás, como una importantísima noticia ya que no tenían cosas más importantes que contar.
     Fotografiado todo el pueblo, para evitar quedarnos bloqueados por la nieve, decidimos descender a los pueblos del valle, situados en la orilla del río Valdetuejar. Llegamos a Renedo de Valdetuejar, localidad histórica, con los vestigios del Palacio de los Prados, cuya fachada fue trasladada piedra a piedra a León, donde puede ser contemplado en Nuestra Señora de la Regla. Una vez fotografiadas todas las personas de 16 años para arriba, en todo ese ritual que veníamos utilizando, íbamos en busca de algún lugar en donde comer. En un muradal a las afueras del pueblo, junto a una casa allí solitaria, las gallinas removían el estiércol en tanto que su elegante gallo las contemplaba. También había entre ellas abundantes gorriones que ladinamente se introducían entre el rebaño de gallinas para aprovecharse del trabajo que éstas realizaban. Perico no dice ni pío, descuelga la escopeta, en sus recámaras introduce dos cartuchos, y vemos que aquél hermoso gallo se desploma. y en los esténtores de la muerte da varias volteretas quedando muerto. Al oír el tiro, la señora de la casa, sale a la antojana, contempla el gallo que aún movía sus alas sobre el estierco, increpa a Perico que era quien llevaba la escopeta, y llevándose las manos a la cabeza le dice: ¿Por qué me ha matado el gallo tan hermoso?; a lo que Perico le responde: “mire señora, yo tiré a unos gorriones que había muchos, y sin duda algún perdigón se fue hacia el gallo y lo mató.”
Santos y yo avergonzados nos íbamos distanciando,  en tanto que Perico se acerca a la Sra. Y habla con ella amistosamente, la calma y la dice que no sufra, que el gallo se repone con otro, y si la parece bien, Vd. Nos lo guisa y lo comemos pagándole lo que sea.
La Sra. lo asume, que remedio la quedaba, preguntando a Perico que como lo preparaba,  nos llama a Santos y a mí, que habíamos presenciado y oído la conversación,  nos pregunta que como nos gusta el gallo.
La encantadora Sra. nos dice que a ella como mejor le sale, es guisándolo al fuego, en una cazuela de pereruela , echándole unas patatas un poco majunje , perejil y laurel, dejándole cocer bien y luego reposar como una hora.
     ¡Esto nos pareció como miel sobre hojuelas!...
     La anunciamos que nosotros, nos llegábamos a San Martin de Valdetuejar a retratar en este pueblo y veníamos a cenar el gallo.
     Así lo hicimos, invitando a la Sra. y su esposo a participar en la cena; hubo abundancia para todos, ya que la Sra. era muy maja e inteligente, y para delante nos preparó unas sopas de ajo, con un pan, que hacen en Taranilla , riquísimo, el pito, regado con un vino de Toro, queso de postre, café y copa. El costo fue muy ajustado y la dimos propina. Se estableció una buena relación y cuando por ahí circulábamos, entrabamos a saludarlos y departir conversación.
     Otra Pericada más, que cuando menos resultó satisfactoria…
     Pasado algún tiempo, llegamos a este valle a entregar las fotografías.
     Nosotros no podíamos conocer a quienes pertenecían, pero habíamos mandado hacer unas bolsitas de plástico transparentes en cada una colocábamos las dos fotos de cada sujeto , una a la inversa de la otra, y así dábamos en el bar, la Casa de la Cultura, o el salón parroquial, convocábamos a las gentes, lo que hacíamos de boca en boca, tendíamos las fotos sobre la mesa o el mostrador y cada una buscaba la suya,  me la mostraban para comprobarlo, y su nombre se cruzaba con una X para tener garantía de que  nuestro compromiso estaba finiquitado.
Había que ser muy escrupulosos, no mezclar los de un pueblo con los otros, porque si no imposible resultaría, entregar a cada persona la que él había pagado y nosotros obligados a cumplir.
En Villaelmonte los vecinos habían construido un monolito de piedra, extraída de la cantera de Peñacorada, y sobre él, todas las fotos de los jóvenes muertos en la contienda nacional, que eran varios.
Una pobre y doliente mujer se nos acerca y expone a Perico que a ella la habían también matado un hijo, pero como no tenía ninguna fotografía de él, no figuraba junto a los otros.
Perico la escucha y va interrogándola acerca de su hijo; si era  rubio o moreno, si llevaba bigote o no y cómo era éste, en caso positivo; cómo tenía la nariz, la boca, si llevaba el gorro de la mili, a la vez que la mostraba las fotos del monolito, y ella dice que se parecía bastante a uno de ellos
Me encomienda que vaya escribiendo todo ello, anunciando a la señora que iba a encargar un retrato robot que se semejara a su hijo, a fin de colocarlo junto a los demás.
         A través de estos imprecisos datos, encarga a Foto-Exacta que le haga una foto del tamaño de los que en el monolito había, que en el negativo le coloque un gorro, un bigote... etc., sacando algo que no sabíamos si se parecía en nada al hijo de esta señora, pero la pobre, que le había perdido en plena juventud, al mostrarle dos fotografías distintas, para que eligiera la que más se asemejara a su hijo, con los ojos cubiertos de lágrimas, tomó la que a ella la parecía ser su hijo, besándolo repetidas veces mandó ser colocado junto a sus compañeros.
         Ello trascendió y cuando nosotros, en aquellas veladas en la fonda de Baldomero, en Puente Almuhey,  donde había varios viajantes que allí pernoctaban, así como también vecinos de esta localidad, todos sentados en largos bancos, sobre unas colchonetas, el fogón rebosante de leñas, Perico contaba esta escena desdibujando la realidad de los hechos. Lo hacía con persuasión y mesura, y a todos los circunstantes los hacía reír y a veces enternecerse, humedeciendo nuestros ojos.
Era un verdadero cómico, que jugaba con aquellas ancestrales personas con sus sentimientos, de forma que era harto difícil contener las lágrimas.
Teníamos que aprovechar las horas de luz. Se nos oscurecía en lugares tan distantes de Almanza, como Prioro o la Mata de Monteagudo, realizando el viaje todo él de noche.
     Apenas había tráfico.
    Uno de estos días, totalmente de noche, en nuestras mentes recordamos a los  maquis. Decidimos que  Santos circulara el primero, yo en el medio, y Perico el último.
     Distábamos entre sí unos trescientos metros, con la ingenua finalidad de que al pasar al lado de la ermita de Santa Catalina, semiderruida, en un paraje despoblado, pudieran estar escondidos los maquis para robarnos el dinero que yo llevaba en una bolsa. En tal supuesto, Perico, que llevaba cargada y cruzada sobre la bandolera la escopeta, pudiera hacer uso de ella matar, o por lo menos ausentar a los malhechores.
Uno de esos días en que hacíamos el viaje  bien entrada la noche empleando esta ruta, pasamos por orilla de la ermita, y nada anormal aconteció. Distábamos de Almanza unos 8 km, discurriendo entre pobladas matas de robledal en el paraje de la Serpenta. De pronto, una voz recia que salía de aquellos lugares, nos echa el alto llamándonos cabrones y disparando dos tiros, uno seguido al otro.
Santos y  yo pedaleamos con tanta furia, que en breves minutos llegamos a la plaza da Almanza, en el corazón de la villa. Estaba todo en silencio. Las gentes dormían plácidamente. Asustados, pues ignorábamos lo acontecido,  en esa indecisa espera, no nos atrevíamos a tomar ninguna determinación, pues despertar alarmando a las gentes era algo precipitado.                 
Decidimos montar en las bicicletas y bajar la cuesta del molino. Al atravesar el puente vemos venir hacia nosotros un bulto. Comprobamos que era Perico. Interpelándole qué había ocurrido, nos dice que había sido él quien se metió entre las matas gritando “Alto, cabrones”, disparando, con el fin de asustarnos. Era una pericada más. Le abroncamos; nos daban ganas de sacudirle unos puñetazos, pero él, encima, nos dice que se tumbó en la cuneta, con la bota se regó de vino la cara, como que era sangre,  para que creyéramos que lo habían matado.
         Voy a finiquitar este relato. Si sigo contando pericadas, tendría que escribir un grueso libro.
         Menester se hace finiquitar este extenso e intenso relato, obviando en él, un sin fin de anécdotas, sucedidos y pericadas, a fin de no fatigar al lector.
         He intentado conozcáis exhaustivamente las biografías de los tres personajes integrantes del trió.
         Prolijamente he contado las motivaciones que nos indujeron a a tal hacer, así como su época y los múltiples lugares donde se sucedieron.

Ahora solo me resta extraer conclusiones
        
Es tarea ardua, pues constreñir lo que aconteció en una época efímera e intensa, repleta de tantos y tan variados hechos y sucedidos, e intentare, concatenar la mayoría de ellos, guardando un orden e ilación para una mejor compresión del lector.
Lo que idealice, como una cosa etérea e irrealizable, se fue solidificando en mi, estructurándola y planificándola para su ejecución.
Exitosamente, ejecutamos aquello que había planificado.
A pesar de las vicisitudes, obstáculos y contratiempos que por doquier aparecían, es evidente que con ilusión, tesón y esfuerzo se logró.
Cuando en mi longevidad me he instalado, sin apenas percatarme de ello, retrospectivamente memorizo lo que a lo largo de mi existencia he realizado, observando con estupor y parmáreamente me percato, que mi personalidad ha logrado consumar, un cumulo incontable de proyectos, que en su inicio eran ilusionantes.
Con prudencia y mesura los estructuraba, los planificaba e intuía los pros y contras y esto logrado, como un alazán semidesbocado, me lanzaba a su ejecución, haciéndolo con verdadero ahincó, sorteando aquellos obstáculos que había previsto y cuantos mas se iban sobreviniendo y así hasta consumarlos.
Esta mi forma de ser y hacer, me resulto valiosísima, logrando en un alto porcentaje, consumarlas exitosamente.

¿Qué satisfacción interna ello me producía?

Tras este desahogo, que me ha permitido, extraer algo de lo que es innato y consustancial en mi persona, prosigo relatando las conclusiones que atrás dejé.
El devenir inexorable del tiempo, logró arrancar de mi lado, a mi cuñado Perico y a mi primo Santos, y a los que logré conocer mas y mejor, en esta convivencia, volcada en un esfuerzo común, engendrando entre los tres un cariño perenne.
Cuando esto narro, el corazón se me constriñe, la respiración se me ahonda y los ojos se nublan, desprendiendo unas perezosas lágrimas, que raudas corren sobre mis mejillas, descansando sobre estos folios.
Mi vehemente anhelo, no es otro, que el deseo de que dambas personas, gocen de esa venturosa placidez que el señor nos tiene prometida.

¡Para ellos mi humilde oración!

Sin duda, otras de las conclusiones más relevantes, fue la recaudación económica que este trabajo nos deparó.
Esos pingües beneficios, los deposité, en aquellas primorosas manos de mi madre, para adicionándolos al sueldo de mi padre, que lo administraba adecuadamente, logrando así que mis seres queridos, padres y hermanos, no carecieran de nada material para la subsistencia.
Ello me enorgullece, pues trabajar en pro de los míos, era laudatorio, tan valioso, que no solo lo hice en esta ocasión, si que tan bien a lo largo de mi juventud.
Los desplazamientos en esta etapa, los realizábamos en bicicleta, por veredas dificultosas, caminos polvorientos, pedregosos, con curvas y contra curvas, con empinadas pendientes, hacia arriba y hacia abajo; con una climatología adversa y cambiante, contemplando esos amaneceres y atardeceres, cargados de belleza, que subliman los espíritus.
Noches oscuras como boca de lobo; otras con un cielo titilante de estrellas, con lunas en creciente, para luego convertirse en luna llena, que esa blanquecina luz inunda la tierra.
Ese sol a veces implacable que caldea las resecas parameras.
A veces ese gélido y enfurecido viento, que cortaba la respiración; en raras ocasiones, esos algodonados copos de nieve, que descendían desde lo alto hacia la tierra, haciéndolo perezosamente, pausadamente, dándose esa idílica sensación, que jugueteaban entre si, formando cabriolas, para silenciosamente descansar sobre el suelo, convirtiendo este, en una gruesa y mullida alfombra blanca como el armiño.
Cuando cesa de nevar y alumbra el sol, se produce un lindo espectáculo, que brillan como diamantes, esas espundias, que son copos de nieve helada.
Todo ello lo aguantábamos estoicamente.
Se nos permitió conocer un sin fin de villas, pueblos, aldeas, arquerías y caseríos.
 Ríos, riachuelos, acequias, presas y lagunas.
Donde había pueblo y rio, existía un molino harinero que llevaba el nombre del pueblo, al igual que los franciscanos que su apellido es el del pueblo en donde nacieron.
Los templos situados céntricos, con sus bonitas torres o estilizadas espadañas y sobre ellas, el nido de cigüeñas que desde esa atalaya, protegían a aquellas candorosas gentes.
Muchas ermitas a las afueras de los pueblos, en las que se veneraba a San Roque, San Lorenzo, etc...
Los párrocos, que había en todos los pueblos, paseaban por el pórtico del templo, vestidos con sotanas decoloradas por el uso, calados con el bonete de cuatro picos, el breviario en sus manos, leyendo las lecturas de obligada observancia, y al final oraban por la grey a él encomendada.
También las escuelas públicas, con sus respectivos maestros, impartían la docencia en sus aulas nutridas de alumnos.
La escuela es la morada, en donde aprendemos a ser hombres honrados y virtuosos.
En el centro de los pueblos la plaza, en ella un caño con agua abundante apta para el consumo humano; en su derredor un pilón en donde bebían los ganados, de donde llevaban el agua para las casas que carecían de ella.
Al declinar de los atardeceres, que la paz y el silencio inunda la tierra, era el momento idóneo que aprovechaban las mozuelas, coquetamente peinadas, fileteados sus labios con carmín, y blanqueada su tez con Visnú.
Se llegaban al caño, llevando un botijo, una lechera o un cántaro, reuniéndose en grupúsculos, más o menos nutridos; charlando, coqueteando y a la vez mirando disimuladamente, a otros grupos del genero opuesto, entre ellos algún fanfarrón, de esos que tanto les gustan las faldas, hablando con arrogancia y su voz lograba hacerse notar, caminaba contorneándose, introducidas las manos en los bolsillos del pantalón, con marcada indecisión se acercaba a uno de aquellos grupúsculos femeninos, fanfarroneando, las decía frases inconexas, deshilachadas, logrando que aquellas candorosas muchachas se rieran a carcajadas de él.
Otros en trío o en pareja ladinamente, se adentraban en el corrillo agrandándole, entablando conversaciones, cada cual con la joven que más le agradaba.
Principiaban dando un pasito adelante, dos hacia un lado con la finalidad de colocarse más cerca de la fémina escogida.
Eran parcos en palabras, tímidos y sus miradas discretas.
Cuando comenzaba a oscurecer, llenaba los recipientes de agua fresca y retornaban a sus moradas.
Algunas llevaban al lado un joven por el que se sentían atraídas; otras educadamente, con la finalidad de no zaherirlos, los rehusaban, para evitar que sus madres que hacían de ángeles custodios las regañaran.

¡Que honradas y honestas, tan dignas de elogio!

Se me brindo la oportunidad, de conocer muy de cerca, cientos de personas, desiguales entre sí, en grupos heterogéneos, hombres, mujeres y jóvenes de ambos sexos, que habían cumplido 16 años.
Eran gentes sencillas, humildes, abnegadas y sacrificadas, escasas de bienes materiales, pero inversamente, rebosantes de calidez y ternura.
Tenían un corazón y un alma grande, cumplidores de sus obligaciones escrupulosamente virtuosos, aferrados a las creencias heredadas de sus antepasados.
De ellos aprendí muchas cosas, entre otras, que la felicidad, no la proporciona las riquezas, ni del confort, sino que emana, de unas vidas profundamente cristianas, que se afanan de ser solidarias entre si, aflorando en sus miradas un sosiego y una paz internos.

¡Cuánto aprendí, en esta fructifica e irrepetible etapa!



FIN


Manuel Serrano Valbuena
Oviedo 14 Octubre del 2010   

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